A raíz de las
declaraciones a un rotativo catalán, ARA, del deportista catalán Àlex Fàbregas,
participante en las Olimpiadas de Londres, en las que declaraba que no sentía
el himno nacional español, ni tampoco, consecuentemente, la bandera nacional
española, como suyos, y sí en cambio sentía la bandera catalana, La
Senyera, y el himno catalán, els Segadors como suyos, se movilizaron las
predecibles voces insultantes en las que todo tipo de epítetos se dirigieron a
tal deportista y a sus defensores.
Tal
reacción muestra, una vez más, la escasísima cultura democrática que existe en
algunos círculos nacionalistas españoles que han expresado siempre gran
hostilidad hacia cualquier proyecto que difiera del suyo. En vez de establecer
un diálogo, la respuesta es siempre la misma. El insulto tanto verbal como
físico, incluido el militar. No en vano, la Constitución española atribuye a
las Fuerzas Armadas la garantía de lo que llaman la Unidad de España, artículo
de la Constitución que entra en claro conflicto con el principio democrático de
que la soberanía radica en la ciudadanía.
Por lo visto, bajo esta Constitución,
si el pueblo catalán decidiera separarse de España, ello sería impedido por el
Ejército, aun cuando el resto de la población española así lo aceptara. En
realidad, en tal Constitución no existe espacio para considerar tal
posibilidad. En otros países en los que he vivido por muchos años durante mi
largo exilio, tal posibilidad sí que existe. Así, en EEUU, el Estado de Texas
tiene la potestad, si así lo desea, de separarse de EEUU, posibilidad que, por
cierto, muchos estadounidenses de persuasión progresista favorecerían debido a
las posturas profundamente conservadoras que tal Estado suele sostener y
promover. En otro país donde viví muchos años, Suecia, se vivió a principios
del siglo XX, en 1905, una separación de parte de su territorio, Noruega, sin
que hubiera conflicto alguno. Un acuerdo sin más respondiendo al deseo de
Noruega y aceptado por Suecia.
En
España, el enorme y asfixiante centralismo del nacionalismo español, más
presente en las fuerzas conservadoras que en las progresistas (aun cuando estas
últimas comparten frecuentemente elementos importantes de este centralismo que
caracteriza el nacionalismo español), ha siempre respondido con hostilidad y
agresión (incluida la militar) a todo intento de redefinir tal Estado,
aceptando la descentralización (el llamado Estado de las autonomías)
precisamente para no reconocer la plurinacionalidad del Estado español. Es ese
nacionalismo español el que también ha mostrado la Transición española de la
dictadura a la democracia como módelica, presentando la Constitución como un
documento ejemplar que era mejor no cambiar (excepto en nocturnidad y alevosía
para obedecer el dictado del gobierno alemán en aprobar el pacto fiscal).
Las consecuencias de la Transición Inmodélica
Como
he escrito en varias ocasiones, la Transición dejó mucho de ser modélica (ver
mi libro Bienestar insuficiente, Democracia
incompleta. De lo que no se habla en nuestro país). Se hizo en
términos muy favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban el Estado
español. Había un enorme desequilibrio entre las fuerzas políticas que se
sentaron en la mesa para diseñar tal Transición. Por un lado, las
conservadoras, herederas de la dictadura, que continuaban teniendo un gran
poder, controlando, además del Estado, la mayoría de medios de información y
persuasión, mientras que las izquierdas, que lideraban las fuerzas
democráticas, acababan de salir de la prisión o de volver del exilio. Ni que
decir tiene que las movilizaciones obreras jugaron un papel esencial en
finalizar aquella horrible y sangrienta dictadura. Pero los partidos políticos
de izquierda que se sentaron en la mesa, tenían muy poco poder. Ello dio como
resultado una Transición y una Constitución inmodélicas. El sistema democrático
al cual dio lugar, fue muy limitado, produciendo un bienestar muy insuficiente.
Lo que está pasando con las víctimas de lo que se llama en España “el
franquismo” (que debería llamarse fascismo) es un claro ejemplo de ello. Una
juez de Argentina tendrá que proteger sus derechos –respondiendo al Derecho
internacional- debido a que los que tenían que haberlo hecho en España no lo
hicieron. Y, España continua siendo el país con el gasto público social por
habitante más bajo de la UE.
En
tal Constitución aparece la bandera borbónica como la bandera española, y la
Marcha Real como himno nacional, frente al cual los súbditos tienen que
cuadrarse en silencio. Tales símbolos definen bien la España de la Transición.
Pero para millones de españoles –que perdieron la mal llamada Guerra Civil (que
fue un golpe militar fascista frente a un sistema democrático) y sus sucesores,
herederos que luchamos durante la dictadura por la democracia-, ni la bandera
ni el himno son los nuestros. Lo es por ley, pero no lo sentimos nuestro. En
realidad, aquel himno fue el himno de los golpistas, y la bandera borbónica
(con cambios mínimos) fue la que los golpistas enarbolaron en su victoria en
aquella rebelión antidemocrática (que no hubiera ocurrido sin la ayuda militar
de Hitler y Mussolini). Este rechazo es muy acentuado en Cataluña (cuya cultura
fue brutalmente reprimida por los golpistas) y no solo entre los
independentistas (cuyo proyecto no comparto pero respeto) sino entre gran parte
de la población.
La bandera republicana
Mi
bandera española (tan querida como La Senyera), es la bandera
por la cual mis padres y su generación lucharon (perdiendo una guerra) y es la
bandera que las fuerzas democráticas, también en Catalunya, defendimos durante
la dictadura. La bandera republicana, que, por cierto, me alegra ver que
aparece cada vez más en las manifestaciones de protesta que están ocurriendo en
nuestro país. Esta bandera liga las demandas presentes de un mundo mejor con
nuestras luchas y las de nuestros antepasados para establecer otra España, la
España de los distintos pueblos y naciones de España, frente a esta España del
establishment, cuyas políticas están causando un enorme dolor sin que tengan
ningún mandato popular para llevarlas a cabo pues nunca estuvieron en sus
ofertas electorales. En esta España, que un número creciente sentimos que no es
la nuestra, hemos visto el intento desesperado de tal establishment liderado
por la Monarquía, de utilizar los Juegos Olímpicos, para movilizar el
sentimiento de apoyo a la Marcha Real y a la bandera borbónica, presentándolas
como las españolas (porque así lo dice la Constitución), con la presencia
activa de la Familia Real para conseguir crédito político de las merecidas
victorias de los deportistas españoles. Todo ello como indicador de la
necesidad que tal establishment siente de legitimar su poder que está perdiendo
apoyo popular rápidamente.
Mientras
todo ello ocurre, en España está prohibida la exhibición, incluso en las competiciones
deportivas, de la bandera española que mejor representa la España democrática,
ansiosa de libertad y solidaridad, por la cual millones de españoles lucharon,
siendo fusilados, encarcelados, torturados y/o exilados por ello. A la vez que
la Familia Real intentaba oportunísticamente promover su imagen en los Juegos
Olímpicos, apareciendo siempre en los medios de información junto a los equipos
españoles vencedores, en Alicante, días después, un ciudadano era sancionado en
el estadio donde se jugaba el partido de balonmano entre la selección española
y la argelina, por querer mostrar su apoyo al equipo español enarbolando la
bandera española republicana. El gobierno español justificó tal sanción bajo el
argumento que tal gesto “incitaba a la violencia” (Público, 16.08.12). Ello muestra, no solo el
nivel de intolerancia antidemocrática de las derechas en España sino su enorme
temor e inseguridad, conscientes de que hay la otra España que derrotaron que,
no solo continúa existiendo, sino que está creciendo.
La necesidad de recuperar nuestra bandera y nuestra cultura
republicana
Se
me dirá que estoy despertando sentimientos que estarían mejor guardados a fin
de facilitar la convivencia. Pero los que utilizan tal argumentación ignoran
que el lado vencedor nunca adoptó ninguna medida conciliadora, que exigiría un
cambio radical en su comportamiento con los vencidos. El caso citado de las
víctimas de la dictadura es un ejemplo bochornoso de ello. Reconciliarse con
esta actitud es olvidar nuestro pasado, que es lo que la izquierda nunca
debería haber hecho. Fueron primordialmente las izquierdas las que lucharon por
la democracia y fueron primordialmente las derechas las que primordialmente la
destruyeron, como ahora están destruyendo los pocos derechos sociales y laborales
que se habían conseguido en el periodo democrático.
Una
última nota. Es muy importante que en las manifestaciones de protesta luchando
por otra España, la España auténticamente democrática, se recupere esta
memoria, entre otras razones, para que la juventud sepa que son continuadores
de otras generaciones que lucharon y a veces vencieron. Y parte de ello es no
solo recuperar la bandera republicana, sino la cultura democrática que
caracterizó a las izquierdas, incluyendo las canciones de resistencia
antifascista. Sorprende que la multitud no cante en las movilizaciones de
protesta en España, una situación que es casi única a los dos lados del
Atlántico donde he vivido. En Italia y en Francia, las canciones de la
resistencia antifascista aparecen una y otra vez en las manifestaciones. Y en
EEEUU, los cantos de los movimientos sociales de protesta son la norma,
cantándose con frecuencia lo que es, en la práctica, el himno de las izquierda
americano, This Land is your Land. En
España, tenemos muchas canciones que millones de voces cantaron en el pasado,
incluso en condiciones de clandestinidad y en su lucha por la democracia,
canciones que también se están olvidando como parte de este olvido histórico
que las izquierdas han practicado. Reforzarían las posibilidades de tener un
futuro, si tales canciones y tal cultura estuvieran también ahora presentes en
tales manifestaciones que exigen –con razón- otra España.
Vicenç Navarro