El
sistema capitalista internacional vivió una etapa de holgada hegemonía
ideológica después de su victoria temporal en los procesos
contrarrevolucionarios en el este europeo. Fue cuando escribieron aquella
majadería de “El fin de la historia”, y cuando -con toda la arrogancia que
siempre ha caracterizado a este sistema criminal-, nos retaban a disolver
nuestros partidos comunistas, pues habíamos “fracasado” en nuestro proyecto
histórico.
No
han sido necesarios muchos años para que esta situación haya cambiado
radicalmente.
Desembarazado
el capitalismo internacional del referente de la construcción práctica de la
sociedad socialista, se desataron libremente sus agresivas fuerzas internas, así
como su feroz proceso de acumulación de capitales en brutal pugna
interimperialista. En ese nuevo escenario la guerra imperialista se hizo
presente con una virulencia que había estado contenida durante décadas: Irak,
Yugoslavia, Afganistán, Somalia, …., Libia, por ahora. Todavía llora el pueblo
libio, y ya están iniciando la campaña mediática para la guerra contra Irán.
El
libre desarrollo de esas fuerzas internas del sistema capitalista internacional
llevó, en un plazo breve, al colapso del mismo sistema, en la mayor crisis que
nunca se haya dado. Crisis estructural del sistema, que se solapa con una
crisis financiera, con una crisis ecológica, con una crisis energética, con una
crisis cultural.
Estamos
en la etapa de transición del capitalismo al socialismo. Como dice Fidel, nos
va en ello la misma supervivencia de la especie humana. Socialismo o barbarie,
ahora más que nunca.
En
esta situación aparece con nitidez una clara delimitación entre las fuerzas de
la izquierda: el campo reformista y el campo revolucionario. El reformismo,
siempre instalado en el sistema, enfrenta esta situación como una crisis más,
después de la cual vendrá más capitalismo, y por ello su programa se limita a
la reivindicación del estado del bienestar y una banca pública (algo así como
el Banco Hipotecario de Franco). El campo revolucionario coloca el horizonte de
la construcción del socialismo y la toma del poder por la clase obrera como un
proceso que ya se está iniciando históricamente, y por ello el programa
político se centra en la nacionalización de la banca y de los sectores
estratégicos de la economía.
El
deslinde se constata en el campo de la práctica; mientras el reformismo no va
más allá de la acción institucional, el campo revolucionario se centra en la
movilización y la organización del movimiento obrero, en la lucha de masas y en
la articulación de unas alianzas sustentadas en grupos sociales organizados, y
no en siglas políticas que solo se representan a sí mismas.
Mientras
el reformismo promete un tránsito pacífico a una sociedad de justicia social,
el campo revolucionario advierte con claridad de que la burguesía utilizará
todos los instrumentos de violencia a su disposición para tratar de impedir el
avance de la clase obrera hacia la toma del poder.
Mientras
el reformismo hace de la “profundización democrática” un camino idílico al
socialismo, el campo revolucionario plantea la toma del poder por la clase
obrera y el ejercicio de la dictadura del proletariado, el poder democrático de
la mayoría. Contra lo que algunos pretenden, diciendo que las posiciones del
reformismo significan un acercamiento “ligth” al socialismo, pero a fin de
cuentas es un acercamiento; lo cierto es que esas posiciones constituyen una
barrera –impulsada por las clases dominantes- para que la clase obrera no se
acerque a las posiciones del socialismo científico y el comunismo.
No
hay, por tanto, colaboración posible entre estas dos concepciones de la lucha
política.
Hoy
el reto del Partido Comunista es el de ganar la conciencia de amplios sectores
de la clase obrera y los sectores populares para la causa de la revolución. Y
la actual agudización de la lucha de clases, facilita ese proceso, que ayer era
más difícil.
Por
ello nuestra prioridad es la acción del Partido con las masas, explicar nuestro
programa político, organizar al pueblo trabajador, movilizar y luchar.
El
ataque es directamente contra el capitalismo como sistema, y no contra una u
otra forma de capitalismo.
Para
ello estamos formando una nueva generación de militantes de la revolución, que
aprenden ya sin los vicios de la herencia reformista, y que interiorizan la
lucha de masas como su prioridad militante.
El
enemigo de clase detecta los avances de la organización de vanguardia y pone en
marcha sus estrategias de acoso y derribo. Nos han menospreciado, llegan tarde.
No somos aún lo suficientemente grandes, pero si lo suficientemente fuertes
como para resistir sus ataques; ahora esos ataques ya nos fortalecen, nos hacer
crecer y arraigan nuestras convicciones.
El
capitalismo seguirá en su crisis sin solución, y el Partido Comunista seguirá
creciendo y fortaleciéndose en la lucha de masas. Por ello el pueblo trabajador
va contando ya con la herramienta necesaria para su emancipación. Nuevos
procesos de unidad harán avanzar este camino, como el que próximamente hemos de
concluir con los camaradas de Unión Proletaria; y ese es un camino que no está
finalizado, sino que seguiremos trabajando en él para conseguir la completa
unidad comunista.
Por
todo lo dicho, la crisis capitalista no es un cuento, es una dura realidad que
castiga violentamente al pueblo y a toda la humanidad; pero, en esta situación,
el avance de las fuerzas revolucionarias se dará de una forma acelerada y
ganando influencia política día a día. El desenlace tiene que significar un
fuerte avance de la capacidad de lucha de la clase obrera, y su acercamiento a
posiciones que nos permitan organizar el asalto a las estructuras de poder de
la burguesía, hacia la construcción de la sociedad socialista. El final sí que
puede ser feliz.
Carmelo Suárez
Secretario
General del PCPE
Candidato al
Congreso por Las Palmas