PP,
PSOE, Podemos, Ciudadanos, IU-UP… todos apuntalan el capitalismo
En el
momento en que se escribe este artículo, al cierre de esta edición de Unidad y
Lucha, parece claro que va a haber nuevas Elecciones Generales el 26 de junio.
Más de cuatro meses y medio después del 20-D se producirá una nueva
convocatoria electoral, ya que los distintos Partidos de la burguesía parece
que no se han puesto de acuerdo en los términos para poder formar un nuevo
Gobierno mínimamente estable.
Si bien
es cierto que el resultado de las Generales de diciembre, donde ningún Partido
tenía una clara mayoría, hacía prever las dificultades de estos últimos meses,
mucha gente tenía en mente la posibilidad de un pacto “a la catalana”, in
extremis, parecido al que llevó a la CUP a apoyar a Junts pel Sí cuando ya
nadie creía posible un acuerdo. A varios días para que expire el plazo fijado
por la legislación electoral, todavía cabe una sorpresa de última hora, pero
todo parece indicar que nos enfrentaremos a una nueva convocatoria electoral.
De
hecho, hace ya varias semanas que esta idea va calando entre la población.
Normal, si tenemos en cuenta que los plazos se han ido agotando y no parece que
haya vías abiertas de negociación entre los Partidos burgueses, más preocupados
por no aparecer ante la opinión pública como los culpables de las nuevas elecciones
y, casi con toda probabilidad, sufrir un fuerte castigo en votos el 26-J.
La
maquinaria del marketing ya se ha puesto en marcha –o quizás nunca se paró– y
los discursos se centran en tratar de legitimar la posición de cada cual, en
aparecer como el más comprometido con el diálogo, en acusar al otro de no
querer hablar, en hacer gestos de cara a la galería para “volver a conectar”
con el hipotético votante sin rostro que, durante los últimos meses, ha visto
cómo lo que decían los Partidos en campaña, las promesas y los programas, se
han ido yendo por el retrete.
Rajoy,
Sánchez y la gran coalición.
La
apuesta del PP, toda vez que los resultados electorales dejaban claro que no
tendrían, ni de cerca, la mayoría absoluta de 2011, fue inicialmente evitar poner
a Rajoy en el disparadero del resto de Partidos. Cuatro años de recortes
salvajes, de corrupción a mansalva, de gestos tan despreciables como aquel “que
se jodan” –dirigido a las personas paradas– de la diputada Andrea Fabra, tenían
su consecuencia, y nadie estaba dispuesto a apoyar al PP en una posible
investidura.
Con su
renuncia a presentarse a la investidura, Rajoy dejó la vía libre a Pedro
Sánchez para intentar sus pactos, únicamente con la intención de ver cómo se
estrellaba y así poder sacar a pasear la idea de la “gran coalición”, tomada de
la política alemana y que, sistemáticamente, ha supuesto el descalabro de los
Partidos socialdemócratas que han entrado en ese juego (SPD en Alemania, PASOK
en Grecia, por ejemplo).
En
realidad, la gran coalición no es más que el Partido del gran capital, que ya
opera en los parlamentos burgueses –aunque sin necesidad de mostrarse
abiertamente– de muchos países europeos, donde las diferencias entre
socialdemócratas y conservadores son meros matices que desaparecen cuando se
trata de llevar adelante políticas contra la clase obrera: pactos de
estabilidad, reformas laborales, privatizaciones, ataques a las pensiones... De
ahí que Pedro Sánchez y compañía hagan tanto hincapié –casi hasta el ridículo–
en su rechazo a hablar con el PP, porque son muy conscientes de que sus
políticas estratégicas son iguales: más UE, más “reformas estructurales”, más
acatamiento de las indicaciones del BCE y el FMI, más integración con las
políticas imperialistas de la OTAN, etc.
Rivera,
“muleta” de quien sea.
La
irrupción de los Partidos de refresco ha impedido que PP y PSOE pudiesen seguir
jugando a practicar la gran coalición en lo material, pero no en lo formal, y
el PP ha expresado abiertamente lo que es la preferencia de la fracción
oligárquica de la burguesía: una gran coalición no sólo en lo material, sino
también en lo formal, para garantizar otros cuatro años de saqueo abierto al
pueblo trabajador.
Pero se
han topado con un Pedro Sánchez que sabe que, si no es Presidente, tiene muy
pocas opciones de volver a ser elegido Secretario General de un PSOE cuyo
aparato teme, como a la peste, perder su posición de privilegio en la política
española. Acosado por sus dos flancos, Sánchez se lanzó en brazos de Albert
Rivera y su Partido, Ciudadanos. Un Partido al que, a pesar de haber dado el
Gobierno andaluz a Susana Díaz, la maquinaria de propaganda del PSOE se
empeñaba en identificar como “la muleta del PP” o “la nueva derecha” cuando, en
realidad, lo que han hecho ha sido apoyar, sistemáticamente, al Partido que
estaba en el Gobierno antes de las Elecciones municipales y autonómicas, uno u
otro, dependiendo del lugar.
El
pacto Sánchez-Rivera sigue siendo más de lo mismo. Incluye medidas para
“aumentar el tamaño empresarial” –fomentar los monopolios–, para combatir “el
capitalismo de amiguetes” (sic) mediante una “buena regulación y fomento de la
competencia”, para “cumplir los nuevos objetivos de déficit que se negocien con
las autoridades europeas”, para implantar un contrato temporal como el que
planteaba Ciudadanos, entregar la Formación Profesional a las empresas o para
promover unas “fuerzas armadas europeas”. Reformista y de progreso, como ellos
dicen, de reforma del capitalismo para apuntalar al capitalismo. De progreso
hacia más explotación y más saqueo para la mayoría.
Iglesias
y Garzón a lo que surja (con permiso de Errejón).
Ciudadanos,
sin tener todavía la mancha del PP, sirve de pantalla para que el PSOE se
mantenga donde le corresponde, mientras los nuevos socialdemócratas de Podemos
se desgañitan y se enfadan por no ser ellos los que, sin corbatas y sin
chaquetas, ayuden al PSOE a apuntalar el capitalismo, pero siendo un poco más
“guay”, dando más cancha a los intereses de las capas medias a las que
representan que, temiendo la proletarización consecuencia de la crisis
capitalista, se han lanzado a querer gestionar el sistema para su hipotético
beneficio, pero sin entender que el tiempo de la pequeña burguesía ya pasó y
que, si quieren tocar poder, tendrá que ser a costa de no molestar
excesivamente al gran capital y sus instituciones políticas y militares.
Se
acepta la UE, se acepta el euro, se acepta la OTAN, se acepta la reforma
laboral de Zapatero, se acepta cualquier cosa con tal de llegar a los sillones
para llevar a cabo políticas tan “revolucionarias” como las de su querido
Tsipras en Grecia. Incluso copian la idea de hacer un referéndum, aunque sea
sólo interno y, esta vez sí, sin mucha posibilidad de traicionarlo porque
tampoco es que haga falta todavía.
La
previsión de nuevas elecciones lleva a los nuevos socialdemócratas a buscar un
pacto con los viejos oportunistas, que necesitan imperiosamente el oxígeno
financiero que les pueden dar unos cuantos escaños más y un grupo parlamentario
propio. Hay muchas deudas pendientes en IU-UP, comienza a haberlas en Podemos,
y ambos confían en que su “unidad” propicie superar electoralmente al PSOE para
ser ellos los que marquen una negociación que, en lo esencial, seguirá siendo
para “cambiar” lo necesario para que el capitalismo no caiga estrepitosamente,
para que, quienes están sufriendo las consecuencias más duras de la crisis, no
se rebelen de verdad.
Los
límites que tiene “el cambio” los hemos visto ya. A todos estos Partidos los
hemos visto ya en acción, hemos comprobado su utilidad para la mayoría obrera y
popular. Ya no necesitamos más cambios, necesitamos una revolución.
Ástor
García