Los resultados de las Elecciones del pasado 20 de Diciembre confirman el
agotamiento del oportunismo político representado por Izquierda Unida y por el
PCE. Las viejas políticas reformistas, lejos de lo que pudiera parecer y con
independencia de la voluntad de parte de la militancia de esas organizaciones,
han cumplido con su propósito: desarmar política e ideológicamente a la clase obrera.
Ahora es el momento de la nueva socialdemocracia representada por Podemos.
Misión cumplida.
Corrían los años 70 del pasado siglo cuando una parte de la oligarquía
española percibió con claridad que los tiempos de la dictadura fascista
llegaban a su fin. El bunker franquista hacía aguas y crecían las fisuras. Los
monopolios necesitaban un proceso de modernización en la base económica del
capitalismo y también en el Estado, había que hacer frente a las crisis
capitalista desencadenada en 1973 y proceder a la internacionalización urgente
del capital español, de la mano de los pactos con el imperialismo
estadounidense y del ingreso en la Comunidad Económica Europea.
Pero todo cambio implicaba un riesgo. Y más aún en unas condiciones en que
la clase obrera se había incorporado masivamente a la lucha arrastrando tras de
sí a los sectores populares oprimidos. Crecía la efervescencia política en un
momento en el que en más del 33% de la superficie terrestre estaba bajo poder
de la clase obrera, en el que los pueblos se levantaban contra el imperialismo
y en el que, en España, había un Partido, el PCE, que había resistido contra
todo pronóstico en las condiciones adversas de la lucha clandestina.
De la mano del revisionismo eurocomunista se puso en marcha un proceso
dirigido a convertir al PCE en otra cosa, en una fuerza política que basada en
el antisovietismo, aceptase la monarquía parlamentaria, renunciase al marxismo
- leninismo, y ocupase el papel de partido obrero domesticado jugado hasta
entonces por el PSOE, que en paralelo abandonaba su “marxismo” en el
espectáculo de Suresnes. El PCE, desaparecía como partido de la revolución y
ocupaba el clásico espacio socialdemócrata del PSOE que, a pesar de sus
notables dosis de demagogia, asumió progresivamente el programa de gestión
liberal del capitalismo. La clase obrera quedaba así atrapada, sin proyecto
revolucionario.
Crisis económica y desplazamiento de clases.
Pasaron los años, se desarrolló una brutal destrucción del tejido
industrial bajo la consigna de “reconversión”, y tras una etapa de
modernización e internacionalización del capitalismo español, se desató la gran
crisis de 2007/2008, cuyos efectos se prolongan hasta nuestros días y que
supuso que las clases dominantes desatasen una brutal guerra contra la clase
obrera y contra las mayorías populares: disminución salarial, agresión a la
negociación colectiva, recorte de libertades, ley del aborto, incremento de la
represión, privatización de todo y en todos los sitios, etc.
La clase obrera se puso a luchar, pero dada la correlación de fuerzas y la
hegemonía del oportunismo y de la socialdemocracia en su seno, incrustados
hasta la misma médula de las organizaciones sindicales mayoritarias, la lucha
se libró bajo bandera ajena. Y también lucharon las capas medias y la pequeña
burguesía, los primeros porque se les negaba toda posibilidad del ascenso
social y vida cómoda, tal y como la propaganda capitalista había prometido; la
segunda, ante el imparable proceso de proletarización que estaba viviendo en
plena crisis.
El malestar creció junto a los desplazamientos de clase propios de toda
crisis capitalista. Pero no bajo dirección obrera, el oportunismo había jugado
bien su papel de anestesiar las conciencias generando un movimiento obrero
típicamente burgués dentro de los límites del capitalismo.
La crisis política y la necesidad de un cambio pactado.
Por el camino, operó en el país un cambio generacional, en el que
trascurridos casi cuarenta años, la mayor parte de la población activa ni
siquiera votó la Constitución de 1978. Tras la puesta en escena de numerosos
casos de corrupción por parte de los monopolios mediáticos, el descontento se
generalizó espoleado por el empeoramiento general de las condiciones de vida.
Pero ese descontento, a diferencia de lo sucedido en la primera transición, no
fue capitaneado por la clase obrera, sino por las capas medias y la pequeña
burguesía. Por tanto, se imponía un cambio en el escenario de lo que hasta
entonces se había reclamado de “la izquierda”. El conglomerado IU – PCE se
había quedado viejo, había jugado ya un papel y dejó de hacer falta. De la
nada, o más bien de muchos sitios al mismo tiempo, nace Podemos bajo las banderas
pequeñoburguesas de la reforma del capitalismo empuñadas por masas de capa
media y bajo la atenta mirada de los monopolios, que aplaudían y aplauden cómo
el conflicto social se aleja de las calles, evitando con ello las consabidas
molestias, y se encierra en el redil parlamentario.
Lo obrero pasó de moda, y con ello las envejecidas cúpulas sindicales,
ahora tocaba ser ciudadanos y ciudadanas, había que dejar de apelar a la clase
para apelar a la gente. Y en ese enredo IU trató en vano de competir con Podemos.
Del desplante al noviazgo, del noviazgo a la ruptura. Todo ello con un breve
paréntesis de luna de miel bajo los encantos del fenómeno Syriza, en el que la
nueva socialdemocracia sí consiguió integrar al viejo oportunismo de matriz
eurocomunista en una sola fuerza.
La hora de Podemos ha llegado.
Pero de nada sirvió el cortejo. La hora de Podemos había llegado. Durante
la campaña electoral, como a un viejo juguete roto carente de cualquier valor
de uso, se apartó a IU de la competencia electoral, de los debates, de la
prensa, casi de todo. Los monopolios tenían ya un nuevo juguete más moderno,
más de ahora, más posmoderno y con menos olor a naftalina eurocomunista; un
juguete que les permite jugar con la clase obrera y las grandes mayoría con más
eficacia.
Y los resultados electorales llegaron, y con ellos el ascenso de la nueva
socialdemocracia con sus flamantes 90 diputados. El juguete nuevo con el que
jugara a la segunda transición triunfó; el viejo con el que la oligarquía tanto
jugó en la primera se quedó con dos diputados.
Intensificar el combate contra la nueva socialdemocracia.
Pero el juguete roto no será tirando todavía al basurero, sino que los
planes de la burguesía, por si acaso algún día hiciera falta, son más bien
dejarlo arrinconado en algún lugar del trastero capitalista.
Cuando desde el PCPE se lanzó toda una campaña ideológica bajo el lema
“Combatiendo a la nueva socialdemocracia” muchos militantes honrados de la
organización oportunista no entendieron esa arrancada de ortodoxia. Hoy, las
cosas, seguramente se vean más claras. Hoy, seguramente comunistas que
mantienen los principios de los que carece su propio partido entiendan que no
se trataba ni se trata de sectarismo, sino de una lucha ideológica
imprescindible para desenmascarar a la nueva socialdemocracia, que a pesar de
ser nueva en comparación con la anterior, es en realidad vieja, muy vieja,
tanto como propio oportunismo, porque como él defiende el viejo sistema de
explotación. Por tanto, también será combatida por lo nuevo, por lo joven, por
lo que a pesar de todo crece y, pese a todo, triunfará.