La
segunda transición, como intento de resolución de la crisis en la cúspide que
vive el capitalismo español, tiene en Catalunya una expresión absolutamente
diferenciada, y que permanece en un largo impasse desde las pasadas elecciones
del 27S.
La
nueva realidad en Catalunya está protagonizada por la defunción del
nacionalismo autonomista sobre el que se asentó el pacto autonómico del 78.
Desde entonces hasta el 2010 el nacionalismo catalán (CiU) junto con el
‘catalanismo progresista’ (PSC) representaba el compromiso de la burguesía
catalana con el régimen monárquico y el proyecto español de integración en las
estructuras imperialistas.
Diversos
factores coinciden en un corto espacio de tiempo, y la sociovergencia, como
expresión del pacto de la burguesía catalana, salta por los aires. La crisis
del capitalismo que se inicia en 2008, la sentencia del Tribunal Constitucional
de 2010 vaciando el Estatut de 2006, la recentralización del Estado como
estrategia de superación de la crisis y la concentración y centralización del
capital en el marco de la unión imperialista europea, provoca que la burguesía
catalana se recomponga en diferentes fracciones en función de su apuesta por
una u otra salida de la crisis. La sociovergencia ha muerto, como ya advirtió
José Montilla en 2007 sobre el riesgo de desafección.
El
primer elemento a destacar es el fin del nacionalismo autonomista. La ruptura
de la coalición de CiU, que ha llevado a CDC a definirse como independentista y
a UDC a desaparecer prácticamente del mapa, hace que el nacionalismo catalán
sea hoy exclusivamente independentista. La nueva centralidad política en
Catalunya es el independentismo, con una transversalidad que va desde la
extrema izquierda ‘anticapitalista’ (CUP), pasando por la socialdemocracia
(ERC), los liberales de CDC y la democracia cristiana de los escindidos de UDC
(DC).
El PSC,
por otro lado, tiene una posición cada vez más residual, junto con el PP. La
fracción de la burguesía catalana que apuesta por la recentralización del
Estado español, la familia Lara y el capital financiero (La Caixa y Banc de
Sabadell) entre otros, han apostado por Ciutadans como fuerza aglutinadora y defensora
de sus intereses.
Y por
último, un tercer bloque que representa la nueva socialdemocracia, y que ha
ganado en Catalunya en las pasadas elecciones generales, se perfila como el
intento de salida intermedia al bloqueo catalán. Este reagrupamiento de la
nueva socialdemocracia articula a ICV, EUiA, PODEM y al grupo de Ada Colau, en
torno a una propuesta de referéndum y una propuesta de República catalana
federada a España.
Esta
reconfiguración de las fuerzas políticas es el síntoma de las divisiones y enfrentamientos
en el seno de la burguesía catalana. Pero también de las contradicciones
internas en el seno de la izquierda, incapaz de situarse de forma independiente
en posiciones de clase, que se ve arrastrada, en el caso de la CUP, a asumir el
debate de la fracción de la burguesía que apuesta por la independencia en el
marco de la UE y la OTAN. O en el caso de la confluencia de Catalunya en Comú,
a posiciones socialdemócratas de gestión humana y social del capitalismo
español dentro de la UE y la OTAN.
El PCPC
hoy es la única organización con una posición de clase independiente, que sitúa
la contradicción trabajo-capital y la defensa de los intereses de la clase
obrera, por encima de cualquier otra consideración o transacción. Por ello
situamos en el centro de nuestra estrategia política la articulación de las
luchas de masas en clave de clase y en confrontación directa con la burguesía.
Construyendo un Frente Obrero y Popular que tenga en el horizonte el
Socialismo-Comunismo.