En
numerosas charlas y textos tuyos hablas de feminismo de clase. ¿Cuál sería su
opuesto? El feminismo de, por ejemplo, Cristina Cifuentes, Inés Arrimadas o
Andrea Levy también es un feminismo de clase.
Todos
los feminismos son de clase, otra cosa es que seamos conscientes o no. Es
decir, se traducen en políticas, reivindicaciones y programas de lucha
concretos en los que se refleja cuáles son nuestras prioridades, si todas las
mujeres o sólo algunas, por decirlo en términos sencillos. Cifuentes, Arrimadas
y Levy tienen muy claro que su única meta es conquistar la igualdad de
oportunidades para que selectas mujeres puedan explotar en las mismas
condiciones a otras mujeres y hombres. Para el feminismo burgués, en el mejor
de los casos, el derecho al aborto es una mera libertad formal. Para nosotras, es un derecho que si no lo garantizas
materialmente (en la sanidad pública y gratuito) es papel mojado.
Para el feminismo liberal burgués, la libertad de mercado y la libertad
individual formal son la unidad de medida de la emancipación femenina. Que los
salarios sean miserables, la amenaza de un desahucio o una sanidad pública
colapsada no son problemáticos ni para la crianza, ni la educación ni la
familia.
¿Hay
que insistir, entonces, con el feminismo de clase?
Si
muchas compañeras estamos hablando de “feminismo
de clase” es
porque nos piden con ese título las charlas, pero también en otro sentido. La
pugna político-ideológica en este campo es respecto a los feminismos de los
años 1990 y 2000, que pusieron las identidades (sexual, racial, orientación
sexual) en el centro, desplazando temas clave como el reparto de la riqueza, y
que a menudo son reactivos a incorporar en la lucha de clases en su análisis,
que en el mejor de los casos hacen una trinchera decididamente feminista pero
que es anticapitalista en sentido abstracto. Es un feminismo interclasista que ha tenido muchísimo predicamento
en la academia y que a nivel político es muy impotente y en según qué momento,
incluso se desliza a la manida “guerra de sexos” en lugar de una política de
clase anti-patriarcal. Es
obligado reconocer que las “organizaciones de clase” han dado una respuesta
aberrante a las reivindicaciones feministas desde hace décadas,
ya no digamos respecto a la homosexualidad, pero es sintomático que evoquemos
la lucha de las sufragistas (que pelearon por el sufragio censitario de las
mujeres blancas, jamás lo olvidemos) y nadie quiera saber que las bolcheviques
fueron las primeras mujeres del mundo que conquistaron el derecho al aborto
público, gratuito y seguro, y el derecho al voto a principios del siglo XX,
cuando hasta los años 70 las francesas no
podían conducir un coche sin permiso del marido.
Eres una de las responsables de la Secretaría de Lucha Feminista
de la Coordinadora Obrera Sindical ¿Es el feminismo la asignatura pendiente de
todos los sindicatos?
Sí,
participo en la Secretaría de Lluita feminista de la COS. Incorporar con
solvencia lo que significa ser, además de trabajadora, mujer es la asignatura
pendiente de todas las organizaciones rupturistas, sean políticas como
sindicales. Y nosotros no somos una excepción. La participación política de las
mujeres tiene un coste más alto en términos personales y vitales que para los hombres.
Primero tenemos las barreras educativas que hacen de la obediencia, la complacencia y colmar
las expectativas ajenas como
la quintaesencia de lo femenino. Luego está el estigma de que opinar, ser
vehemente y, potencialmente, tener una visión más clara de las cosas que el
resto de los compañeros de trabajo, tampoco está premiado. A partir de aquí, la
dinámica empresarial de la “gran familia” y de las pequeñas y medianas
empresas, también introducen una dinámica paternalista y de chantaje emocional
hacia las mujeres muy concreta, por no hablar del riesgo laboral añadido del
acoso sexual y, también, del acoso moral al que las mujeres son más
vulnerables, precisamente por esa estructura de carácter que exige de nosotras
el patriarcado, según recogen los estudios de la Organización Internacional del
Trabajo sobre mobbing.
Otro aspecto es la altísima temporalidad y el subempleo, somos las campeonas del contrato a
tiempo parcial, lo cual tampoco ayuda a desarrollar acción
sindical convencional. Superado todo esto, te das cuenta de que las mujeres que
se sindican y son guerreras en el trabajo, son cuadros sindicales preparadas
casi para cualquier batalla, agitadoras y comunicadoras de primer nivel, con
una capacidad de convocatoria y de combatividad a años luz del resto.
¿Crees
que las cosas han mejorado en las organizaciones respecto a hace unos años?
Pienso
en Montse Castañé, de los
mataderos de Vic, en las compañeras de telemárketing de Terrassa o en las
mismas trabajadoras de Panrico. Al dar el paso, lo que ponen en juego es mucho
más, especialmente cuando hablamos de la sobrecarga laboral que implica la
presión social de llevar adelante la crianza, la logística y el mantenimiento
del hogar, cuidar de familiares dependientes… Hay muchísimo trabajo que discutir
y debatir al respecto y avanzamos despacio. La
liberación sindical parcial, por ejemplo, debería priorizar mujeres antes que a
hombres; promover activamente a mujeres a cargos de
responsabilidad; ser inflexibles con la vigilancia de las actitudes y comportamientos
sexistas, machistas, racistas, homófobos que puedan aparecer en nuestras
asambleas y secciones. Cuando tu planteas un modelo sindical en el que el es
evidente que se tienen que tomar
medidas compensatorias para
que nosotras también seamos sujeto político todas y todos.
El
libro Panrico. La vaga més larga (Ediciones de 1979, 2016) fue
un encargo que os realizaron a ti y a Homera Rosetti. Hay muy pocos libros que
traten temas sindicales, ¿cuál crees que es la razón?
Después
de veinte años declarando la muerte de la clase trabajadora, hablar de sindicalismo parece algo pasado de moda.
Existe la percepción de que es una cuestión “ya superada”, que no se puede
aportar nada nuevo, que todo está dicho… El desinterés forma parte del proceso
de deconstrucción de la clase obrera después de la Transición, en el sentido de
proceso inverso del que hablara E.P. Thompson respecto a Inglaterra. A medida
que las centrales sindicales mayoritarias adoptaron el discurso de la
“empleabilidad” en lugar del de reparto de la riqueza, lo sindical se asocia a
“burocracia, gestión” de lo que hay y eso ha hecho que la reflexión sobre lo
que sucede en el trabajo o en el desempleo parezca un tema más propio de académicos, de
abogados y de otra generación. Reforma laboral, huelga general,
ERE, suma y sigue.
¿Qué
trabajos hay interesantes a tu juicio sobre sindicalismo y temas laborales?
Siempre
ha existido y sigue manteniéndose una tradición de monografías sobre conflictos
significativos (MiniWatt, Bruguera, Laforsa, etc) y puntualmente salen pequeñas joyas como
la etnografía sobre los astilleros de Cádiz, o los hallazgos de Klinamen con Abajo los restaurantes y demás. Lo que sí que es cierto es que,
más allá del ámbito académico y muy especializado, no hay mucha bibliografía
que aborde, como decía la tesis de Feuerbach de Marx, aquello de estudiar la
realidad para transformarla, que de claves explicativas y de subversión desde
la experiencia militante, no desde las atalayas universitarias, del estado de
las cosas.
Panrico
ha sido la huelga más larga de las realizadas hasta el momento. ¿En qué
contexto se produce?
Es
difícil trascender el titular que destaca lo cuantitativo, la duración. Sin
embargo, la
huelga de Panrico representó
un NO con mayúsculas y una
voluntad de confrontación en un momento crítico. Cuando
estalla, en otoño de 2013, hacía un año y medio de la última huelga general,
poco después arranca la huelga de la limpieza municipal en Madrid, en enero de
2014 aparece el “efecto Gamonal”, al poco también se inicia el conflicto de
Coca-Cola en Fuenlabrada… La
coyuntura sociopolítica del “0 recortes, 0 despidos” de la plantilla de Panrico
era muy interesante, que este conflicto se resolviera con una
victoria, aunque fuera parcial, podía dar pie a un ciclo diferente. Por otra
parte, el hecho de que un hermano de Artur Mas fuera directivo de la empresa,
también tenía su interés en pleno auge soberanista.
¿Qué papel jugaron las instituciones durante la huelga?
Los
trabajadores relatan cómo sintieron el aparato de la Generalitat en bloque
desde el primer minuto: presencia de Mossos d’Esquadra desorbitada, dilatación
inexplicable de las reclamaciones que evidenciaban que se estaban distribuyendo
productos de otras plantas en plena huelga… Por no hablar de que el Institut de Crèdit i Finances -público, dependiente de la
Generalitat- facilitó la liquidez que la empresa no tenía para ejecutar el plan
de despidos contra el que se levantaban los trabajadores… y que estaba
impugnado en los tribunales. Además de estos elementos, la historia de la empresa es una mini
fábula de la historia económica del Estado español donde la economía real termina
devorada por fondos de inversión. Finalmente, el papel de la dirección de CCOO – sindicato mayoritario entre los
huelguistas- que se comprometió a desconvocar la huelga, que recibió pagos y liberados a cambio de
este compromiso…
¿Qué
enseñanzas crees que hay que sacar de la huelga de Panrico?
Las enseñanzas de la huelga son diversas: decir
no tiene un valor, es una reivindicación de la dignidad básica. Los trabajadores insisten en que
luchar sirve, que la lucha les dio importantes lecciones, que
sintieron que tenían más poder del que creían. La huelga de Panrico desempolvó
las herramientas del movimiento obrero (caja de resistencia) y también la
importancia del vínculo sociopolítico del Comité de Apoyo y los grupos de apoyo
locales, para socializar el conflicto y no acotarlo a una empresa. Mientras duró la huelga, no se hizo
ningún ERE en el polígono donde estaba la fábrica. Los mismos
trabajadores explican que la huelga les permitió darse cuenta de que lo que
sucede en los tribunales también tiene que ver con la combatividad que había
fuera. Los enemigos de esta asamblea de trabajadores eran muy grandes, pero la
sentencia del Supremo es una sentencia política para permitir la venta de la empresa. La enseñanza de la huelga de
Panrico es que la lucha de clases está viva. Una trabajadora en
una presentación me enseñó orgullosa una fotografía de su hijo con una pancarta
para la manifestación del 25 de Noviembre y me dijo: “esto lo aprendió gracias
a la huelga”.
En el prólogo de Vidal Aragonés se refleja que “Una ciudad como Cornellà no es una
ciudad dormitorio, sino una población obrera; un operario de artes gráficas no
es un ‘precario’ sino un proletario; quien trabaja cosiendo en casa para
grandes multinacionales del textiles está autoexplotada, no es una
“emprendedora”. Somos clase trabajadora”. Hay una guerra
conceptual y lingüística donde lo que nos jugamos es la capacidad para nombrar
lo que somos y lo que queremos cambiar. Cuando Vidal describe Cornellà, está tomando
partido, porque decir “somos clase trabajadora” es también enunciar la
posibilidad de luchar por un destino común. El concepto “precariado” es un ejercicio de distinción muy
extendido entre los que se creyeron que por tener estudios superiores eran
mejores que los que curraban desde los 16 años. “No soy trabajadora, soy freelancer”. Cuando se ven trabajando por cuatro duros y sin cobertura,
entonces es que “soy precaria”. No me hables de “acción colectiva” porque lo
mío es diferente, yo tengo vocación y tengo estudios. También es producto de la
derrota política de los años ochenta, aquello del fin de la historia y el
anticomunismo banal.
En esta situación podemos utilizar el lenguaje propagandístico liberal
-hueco, genérico- o recuperar la política de la verdad. No es fácil, requiere
pedagogía -que no hay que confundir con la condescendencia-, y es verdad que en
la era del titular rápido a veces es necesario tener precauciones lingüísticas
para evitar equívocos. No soy fetichista de las palabras, pero nombrar lo que somos y lo que queremos
cambiar también tiene que ver con cómo vemos el mundo y lo describimos… pero si esas palabras no se entienden, entonces no me
sirven. Cada gesto encierra un gesto de clase y la práctica educa en el
ejemplo. Pero si renegamos de hablar de clases sociales y luego el significante
que elija (ciudadano, p.e.) lo relleno de ambigüedades y de consignas
contradictorias, no estoy llevando a la gente a mi terreno, sino que al final,
acabo hablando el mismo idioma que el PSOE, desoriento, desarmo políticamente a
la gente a la que quería dirigirme.
¿Se
vuelve a hablar por fin de clase trabajadora en los medios de comunicación? Se
produce justo en el momento en el que irrumpe una nueva política totalmente
desconectada de los sindicatos y hegemonizada por cuadros de clase media. ¿Cómo
lo valoras?
Hablar
claro es un deporte que a las clases medias e, históricamente, a la pequeña
burguesía, siempre le ha resultado complicado. Viven atrapadas entre el quiero y no
puedo, en estrategias familiares y personales de despegue social y profesional,
ser claros es arriesgado y la ambigüedad calculada da un margen de maniobra
clave. Si algo nos ha enseñado la historia del movimiento obrero, que tiene
siglos de experiencia, es que en
la lucha de clases no hay atajos. Si tú quieres cambiar el
mundo desde la base hay que hablar con claridad a la quienes quieres convencer
y facilitar su expresión. La ultraderecha cuando se dirige a la clase obrera
habla claro, el partido nazi recicló las formas organizativas del movimiento
obrero alemán de entreguerras… Trump habla de clase obrera pero también Bruce
Springsteen hace ostentanción de una estética obrerista. Para mí la garantía
transformadora de un proyecto político reside en su implantación y en su
práctica cotidiana, no en la política propagandística y de gestos genéricos de
cara a la galería. Si
buscas el voto de Amancio Ortega y de una dependienta de Zara, a uno de los dos
lo estás engañando.
Si conquistas una alcaldía hablando de la “gente” y eres capaz de
movilizar “a la gente” para que expulse a los agentes inmobiliarios y
“gentrificadores” de los barrios, ahí estaré viendo tu potencial rupturista. Si
por el contrario, hablas de la “clase trabajadora” y luego, para mantenerte en
la alcaldía, desmovilizas a esos mismos o, cuando intentan hacer algo, les
dices “mira, es que no tenemos tanto poder como creíamos, hacemos lo que
podemos” tu política era vieja antes de nacer. En la medida en que los cargos
electos estén al servicio de la organización popular de la resistencia ante la
que está cayendo, estaremos haciendo nueva política. Y estar al servicio de las
luchas no es, únicamente, visitar un campamento de trabajadores en huelga o
enviarles un comunicado -que eso está bien y es necesario- es poner toda la
maquinaria logística, propagandística y recursos que te ofrece el
parlamentarismo burgués para “armar a tú ejército”.
¿Cómo
valoras luchas como la de las subcontratas de la Resistencia Movistar, las
Kellys en el sector de limpieza, Sindicato de Manteros, Sindicato de Músicos
etc? ¿Crees que son fenómenos que están relacionados, se está transitando hacia
un “nuevo sindicalismo”?
Es el
síntoma de que el
sindicalismo mayoritario ha abandonado a su suerte a la clase trabajadora que, hace 25 años estaba en los
maŕgenes, y que ahora es la fotografía mayoritaria. Y en los que quedan en el
núcleo duro, básicamente les está ofreciendo una mejor indemnización. Quienes
se llevan la peor receta del mercado de trabajo son las mujeres, las personas
inmigradas, la gente joven, si a eso le sumas la subcontratación (pública y
privada) ya tienes tienes todas las papeletas para que el sindicato realmente
existente sea una cosa entre exótica y que no te dice nada, como en el caso de
los manteros.
Decía
Antonio García, uno de los huelguistas de Panrico, que donde CCOO y UGT no tienen el control
de la situación es donde nacen las flores de las revuelta.
Estas personas, cuando saltan, desbordan el sindicalismo de concertacion, no
tienen ese vínculo de confianza que les permita sembrar el miedo en las
asambleas, traficar con información privilegiada, anticiparse a los
movimientos. Esta gente hace nuevo sindicalismo en el sentido de que ensayan
nuevas fórmulas, son cautas pero saben lo que quieren y también tienen muy
claro que lo quieren decidir ellas por sí mismas. Es un modelo muy diferente al
de las elecciones sindicales y las charlas informativas unidireccionales, los
pactos arriba y la ausencia de asambleas. La histeria que tiene CCOO con
fenómenos como las Kellys es también sintomática, un colectivo de mujeres que
organizándose en una condiciones muy difíciles, se ven obligadas a tener que
explicar que no son de CCOO porque continuamente las suplantan o las utilizan.
Las Kellys no existirían si el sindicalismo mayoritario hubiera plantado
batalla contra la externalización hotelera desde hace veinte años.