Los cuarteles
generales, agencias de publicidad, cúpulas de “Ciudadanos” y “Podemos” (o quien
de verdad mande en estas dos organizaciones), han comandado a sus
portavoces-dirigentes a que, si de elogiar un modelo se trata ante la prensa y
en los debates, se recurra a los países escandinavos.
En el sentimiento
popular, parece ser, habita que en esos lugares el capitalismo (con su
correspondiente dosis de imperialismo que, obviamente, no hay siquiera que
mencionar, no se vaya a venir abajo el timo) tiene un envidiable “rostro
humano” y que la gente es feliz sin necesidad de revoluciones que cambien el
sistema de producción y la clase que ostenta el poder (una “antigualla” de
concepto al decir de los prebostes del sistema, los actuales y los aspirantes).
Así pues, los hijos
del Ibex 35 (Ciudadanos) y de las movilizaciones del hartazgo ocurridas en un
ya histórico 15M (Podemos), confluyen –quién lo iba a decir- en ver lo que va
quedando del “paraíso” socialdemócrata de los setenta, como el faro que
ilumina, y al que deberíamos imitar sin rechistar ni cuestionar.
Que “Ciudadanos” con
su pijolandia neoliberal en la mochila, mente a los países europeos del norte
es tan patético como que “Podemos” intente embaucar el voto de izquierdas con
la senil consigna de que dentro del capitalismo es posible conseguir una
sociedad justa.
Lo cierto es que para
estos discursos manidos, y mil veces repetidos en los últimos 30 años por unos
y otros (hasta a dirigentes de la hoy casi extinta IU se le ha oído mil veces
hablar con cariño del “paraíso” del norte europeo sin percatarse de que se
trata de meros países capitalistas), no hacía falta tanto barullo. Estas ideas
de apuntalar el capitalismo no son ajenas al ideario y la praxis del PP y el
PSOE, y su bipartito reinante (borbónicamente hablando). Por ello, hablar de
fin del bipatidismo se convierte en poco más que una nueva ilusión-falacia, que
los ciudadanistas/podemitas intentan transmitir, pero sabedores que sus
políticas económicas (neoescandinavas) no difieren mucho de lo que hay.
Se trata, dicen, de demostrar que “sí se puede” y que la sociedad se cambia
desde las instituciones, respetando las leyes con cambios (que ni siquiera
llegan a ser tales) graduales. En una palabra, convencer a los ricos que deben
ser generosos para que siga el actual status quo. Faltaría más.