No hace
falta tener un máster en Administración de Empresas por la Universidad de
Berkeley, para darse cuenta de que Susana Diaz, la presidenta en funciones de
la Junta de Andalucía, tiene encima un gran marrón. Y es que si nada lo
remedia, y todos los indicios parecen indicar que nada lo va a remediar, los
andaluces vamos a tener que volver a votar por segunda vez en menos de tres
meses para elegir un nuevo parlamento autonómico.
Refresquemos un poco la memoria para ver cómo esta mujer ha llegado al callejón
sin salida en el que, a día de hoy, se encuentra. Como todos sabéis, Susana
Díaz, que había sido la mano derecha de José Antonio Griñán y su Consejera de
Presidencia, lo sustituyó al frente del gobierno andaluz a comienzos de
septiembre de 2013. Para ello contó con 58 votos: los 47 votos de su grupo, el
socialista, más once de Izquierda Unida —Gordillo se ausentó de la votación
para no tener que votar— por aquellos tiempos socio de gobierno del PSOE en
Andalucía.
El romance con IU, plagado de enfrentamientos y tirones de orejas
por parte de la presidenta, duró hasta el pasado 25 de enero, día en que Díaz
anunció el fin del pacto “de izquierdas”, como a todos los implicados les gustaba
denominar al asunto.
Como suele ocurrir en estos casos, cada uno cuenta la
feria según le haya ido. Lo que está claro es que Susana tenía una fuerte
mayoría en el parlamento andaluz y que su ruptura con IU la dejaba en una
posición cuya única salida era la convocatoria de nuevas elecciones.
El día 22 de marzo se celebraron dichas elecciones con el resultado que todos
conocemos: PSOE, 47 diputados; PP, 30; PODEMOS, 15; Ciudadanos, 9 e Izquierda
Unida, 5. Aunque la noche electoral, tanto Susana como la plana mayor de los
socialistas, se mostraron exultantes con el resultado de las urnas, estaba
claro que aquella victoria iba a ser una amarga victoria.
El reloj no había
marcado ni la medianoche y los portavoces de cada uno de los grupos que se
sentarían en el parlamento ya habían dejado ver por dónde irían los tiros.
Moreno Bonilla, líder del PP andaluz, dijo desde el minuto cero que en la
sesión de investidura votarían en contra de que la lideresa socialista fuese
presidenta.
Podemos no se cerró en banda, pero Teresa Rodríguez, la candidata
podemista, puso tres condiciones ineludibles para apoyar a Susana: que Chaves y
Griñán abandonaran sus escaños como senadores en representación de la comunidad
autónoma, que la Junta de Andalucía no “trabaje” con los bancos que desahucian
y que haya una reducción drástica en el número de cargos de confianza de la
administración andaluza para que esos sueldos se destinen a la educación y la
sanidad públicas.
Lo mismo ocurrió con Ciudadanos, que marcaron unas líneas rojas
para poder apoyar a la candidata socialista a dirigir la Junta; entre otros
puntos, también contemplaban el abandono de la política activa de Chaves y
Griñán, así como una serie de medidas para combatir la corrupción y otras para
regenerar la democracia. Izquierda Unida, por su parte, escarmentados y dolidos
por la traición experimentada en sus propias carnes, anunció que, pasara lo que
pasara, ellos, esta vez, estarían en contra.
Imagino que durante las semanas que han transcurrido desde que se celebraran
las elecciones, las reuniones entre los socialistas y los demás grupos con
representación en el parlamento, habrán sido numerosas, sobre todo como Podemos
y con Ciudadanos, cuyo apoyo, a priori, podría permitir la investidura de
Susana Díaz.
Ya sabemos que en la primera votación, celebrada el martes 5 de
mayo, la candidata socialista no contó más que con el apoyo de sus 47
diputados, cuando necesitaba mayoría absoluta, que en Andalucía es de 55, para
ser presidenta. El próximo viernes tendrá lugar la segunda votación, en la que
ya sólo sería necesaria mayoría simple, es decir, Susana Díaz podría ser
presidenta con el voto favorable de sus 47 diputados, siempre y cuando se
abstuvieran los 15 de Podemos y/o los 30 del PP o si los 9 de Ciudadanos
votaran a favor. Sin embargo, cualquiera de estas posibilidades, como digo, en
estos momentos, es casi ciencia ficción.
Y es que a día de hoy, nadie quiere hacer ningún movimiento que lo ponga a los
pies de los caballos. Sería de imbéciles obviar las elecciones municipales del
día 24, en la que todos se juegan mucho. El PP, una gran parte de su poder
municipal en Andalucía; Podemos, su credibilidad como fuerza regeneradora e
ilusionante y Ciudadanos, su ser o no ser en el nuevo tablero político.
Mientras tanto Susana se queja de que todos los demás actúan por “tacticismo y
oportunismo”, pero está claro que fue ella la que tiró la primera piedra,
llevando a Andalucía a una encrucijada en la que, a corto plazo, no se
vislumbra más salida que la convocatoria de nuevas elecciones.
Rafael Calero Palma