El contexto. Últimamente esta palabra se está convirtiendo en el gran comodín
para la defensa de lo imposible. “Sacar de contexto” supone, casi siempre, una
muletilla con la que exonerar al pedazo de carne bautizado que haya dicho
cualquier barbaridad. Es lo que ocurre casi siempre con esa vena fascista que
con tanta frecuencia les sale a los herederos del franquismo que, además, no
quieren que los llamen así (recordarán ustedes aquella clausura de la
constitución de la madre del PP, Alianza Popular, con tres mil asistentes
gritando entusiasmados: ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!).
Todavía quedan, incluso “eruditos”, que consideran que la violencia represora
de la dictadura se dio en el “contexto” de aquellos años. Son los mismos que
cuando se quiere hablar de las burradas y asesinatos que cometieron las hordas
de Fernando III cuando ocupó Córdoba y la de cientos de personas que mandó
pasar a cuchillo, por aquello de que la Iglesia lo nombró santo, salen en
tromba para justificar que aquellas matanzas hay que entenderlas dentro del
“contexto” de entonces, como si la violencia, los tiranos y dictadores, los
asesinos y represores tuvieran algo que ver con aquellos tiempos por muy santos
que fueran, y cuando toda la historia, toda, hasta el mismo día de hoy, es un
contexto de violencia y represión. No. Es una gran mentira. El “contexto” no
exime ni justifica ninguna responsabilidad, todo lo más podría explicarla. El
“contexto” ha sido casi siempre la gran excusa de los canallas. Pero queda
bien.
Verán ustedes. La “Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos
de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y
María Santísima de la Esperanza”, la Macarena, para entendernos, tiene en su
seno enterrado a dos preclaros hermanos: Gonzalo Queipo de Llano y Francisco
Bohórquez Vecina, el auditor de guerra, tanto monta, monta tanto. Eran los
nuncios del Papa los que tenían que autorizar entonces esas inhumaciones dentro
de los recintos sagrados. En el caso del hermano Gonzalo no sabemos con
exactitud si se pidió autorización (bueno era él para esas cosas), aunque para
el hermano Francisco sí la dio el nuncio Ildebrando Antoniutti, que vio con
buenos ojos que tan piadoso individuo fuera enterrado allí y no en el
cementerio de San Fernando, porque, ¡vaya por Dios!, ¿cómo tan ilustres
hermanos de Cristo podían mezclarse con el resto de los mortales?
Eran demasiados los favores que se les debían a los dos como para llevarlos a
un panteón normal y, agárrense, están allí por sus méritos con la Macarena. Y
no hay que sacar las cosas de “contexto”, que allí no están por represores. El
uno, Gonzalo, hermano mayor honorífico, por procurarle una sede a la Señora y
el otro, Francisco, hermano mayor durante tantos años, por el esplendor que
consiguió para la Hermandad. Y ¿qué tiene ver eso con que tanto uno como otro
fueran las cabezas más señaladas de la represión de millares de sevillanos? Las
cosas como son, no seamos brutos, ellos están allí por esos servicios a la
Hermandad. Ese es “el contexto”. Lo demás es “política”. Y la Hermandad no
entra ni sale de otras consideraciones.
La Hermandad ni escucha ni recuerda, la Hermandad es La Macarena y ¡Viva la
Macarena guapa”. Además, su lema es suficientemente ilustrativo: “Yo soy la
verdad y Esperanza Nuestra, Salve”. Y eso es lo que hay. ¿Que mayor verdad que
esa? Podían haber enterrado allí también al cardenal Ilundain, que consiguió de
Queipo que no se fusilara en domingo, con lo que las misas de la basílica se
vieron libres del molesto ruido de las balas de los fusilamientos en la cercana
muralla e incluso en las próximas tapias del cementerio, desde donde se
escuchaban tan nítidamente en las madrugadas.
Perdonen un inciso. Cuando me refiero a Queipo de Llano estoy hablando del
mismo que en el Diccionario Biográfico Español se define como el jefe militar
que contribuyó de manera decisiva al triunfo de las armas “nacionales” y donde,
como es natural conociendo quién hizo su entrada, Rafael Casas de la Vega, se
olvida de que fue un traidor a la República, un criminal de guerra y máximo
responsable de la muerte de millares de andaluces. Lo digo porque algunos
lectores podrían confundirse y pensar que hablamos de persona distinta.
Pero he aquí que, con demasiada frecuencia, se escuchan protestas de por qué
los dos señalados hermanos están allí enterrados. Algunos se echan las manos a
la cabeza y se preguntan que cómo es posible semejante barbaridad. Otros no
dejan de pedir que los restos salgan de allí, que los echen al río, que los
dejen en una cuneta, en un basurero, en una fosa común (aclaremos que en las
fosas comunes del cementerio de San Fernando de Sevilla sería complicado ya que
están llenas con más de cuatro mil víctimas), etc. Y eso no está bien. Además,
la Hermandad no ha pedido la opinión ni el voto de estas personas para nada.
Con esto de los votos me acuerdo de Queipo cuando iba a los barrios sevillanos
y empezaba casi siempre diciendo: no
venimos como otros a pedir votos. No me dirán que no era un buen golpe del
que había acabado con la democracia. Pues lo hay incluso mejores, como el
alcalde popular de Las Palmas de Gran Canaria, el señor Cardona, que nos ha
dicho hace poco que eso de los fusilados en fosas comunes era una costumbre de
la época, de aquellos que no tenían dinero para pagarse un nicho y, además, que
la fosa está perfectamente
identificada. La fosa, claro, no los asesinados.
Por favor, que no salgan nunca de allí los restos del hermano Gonzalo y del
hermano Francisco. Allí están a buen recaudo. El hermano Gonzalo, además, está
bajo cinco losas de hormigón y la lápida. Es una gran garantía para que no se
mezclen con otros. Por lo que más quieran, no pidan nunca que los saquen de
allí. Háganme caso. Háganlo por mí o, por lo menos, por la Macarena. Dejen en
paz esa unión de la Macarena con sus hermanos, de la espada con la cruz, de la
Iglesia con los sublevados. Después de todo, si ambos hicieron lo que hicieron,
fue en una Cruzada bendecida. Así fue y así debe ser, no molesten.
Cuando se murió el hermano Gonzalo se dieron misas por él en todas las
comunidades religiosas de Sevilla y no menos cuando murió el hermano Francisco,
por el que también se oficiaron once misas más. Es muy probable que ambos estén
en el cielo. Estoy casi seguro. De lo que ya no lo estoy tanto es de cómo será
ese cielo para acoger a tan preclaros hermanos. Un fervoroso católico y
compañero, que propagaba con fuerza sus creencias, me dijo una vez que el cielo
era mejor aún que un buen cargo en la FIFA o en el Comité Olímpico. Pero otro
viejo amigo me comentaba siempre que no se me ocurriera nunca ir allí, porque
me encontraría otra vez con ellos.
Los jefes de la sublevación, Queipo entre ellos, nunca fueron juzgados por
rebelión militar porque para algo ganaron. Pero la historia, aunque les pese,
siempre dispone de un estercolero donde depositar la basura que se acumula en
ella sin cesar, diga lo que diga el Diccionario Biográfico Español de este
“jefe” militar. Por cierto, recuerdo cuando en las últimas elecciones
democráticas de la Segunda República, la derecha aglutinó toda su campaña en el
Jefe, que en aquel caso era Gil Robles: Sigamos
al Jefe, el Jefe nos guía,el poder al Jefe, todo para el Jefe. No faltaban mensajes que
intentaran emular el caudillismo del fascista Mussolini o de Hitler. Mientras,
en los retretes de los bares sevillanos, aparecía siempre la misma leyenda: No tirad de la cisterna, todo para
el Jefe.
¡Ay! Macarena…
José María García Márquez
Investigador e historiador