Yo, personalmente, me alegro enormemente de que se vaya. Como dice el viejo refrán castellano, a enemigo que huye, puente de plata. Está claro que, desde hace al menos dos años, la figura del Presidente del gobierno ha sido un lastre para este país. Su manera de gobernar, errática y disparatada, con decisiones contradictorias de un día para otro, nos ha sumido en un pozo de desesperación.
Con casi cinco millones de desempleados, con los funcionarios cabreados por la bajada de sus sueldos, los pensionistas engañados por la congelación de sus pensiones, la pequeña y mediana empresa al borde del colapso, y una política económica, social y medioambiental cada vez más escorada a la derecha, ¿qué podría ofrecer Zapatero como político a la sociedad española en la próxima legislatura? Creo que todos sabemos la respuesta, incluido el propio Presidente, sus asesores y casi todos los miembros importantes de su partido, por más que en público lo alaben y digan lo mucho que habría beneficiado al PSOE que Zapatero hubiese repetido como candidato en dos mil doce. Me da que esta noche, más de un socialista va a dormir a pierna suelta tras el anuncio de Zapatero.
Por otra parte, creo que la decisión de Zapatero pone de manifiesto otra faceta más de su carácter: su cobardía. En su discurso ante el Comité Federal, ha dicho que siempre ha pensado que ocho años era más que suficiente. Pues lo habrá pensado, pero nunca lo había dicho hasta el día de hoy. Hasta el mismísimo Aznar dejó muy claro desde el principio que no gobernaría más de dos legislaturas. Rodríguez Zapatero nunca dijo nada al respecto. Y todos sabemos que si el viento hubiese soplado en otra dirección, si la economía hubiese ido a favor, la tasa de desempleo rondando el ocho por ciento, y las encuestas electorales otorgándole una ventaja en torno a quince puntos, como le ocurre a Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero hubiese repetido como candidato en dos mil doce. Pero debe ser muy duro presentarse a unas elecciones sabiendo de ante mano que no hay quien detenga la debacle que, en gran medida, ha provocado uno mismo y siempre será mejor ver perder a un compañero de partido que hacerlo uno mismo. Sólo me queda añadir que no seré yo quien llore su marcha y que le deseo todo lo peor para el futuro. De corazón.
Rafael Calero Palma
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