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UPOA 8 DE MARZO 2019

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5 de agosto de 2015

TRECE ROSAS: LA HISTORIA DE UNOS IDEALES CONTRA EL PAREDÓN.-

“Voy a morir con la cabeza alta. Sólo por ser buena: tú mejor que nadie lo sabes, Quique mío. (…) No guardes rencor nunca a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. (…) Recibe después de una infinidad de besos el beso eterno de tu madre”.

Con estas palabras recogidas en una emotiva carta, Blanca Brisac se despedía de su hijo Quique unas horas antes de que un pelotón de fusilamiento la asesinara, junto a otras doce mujeres, aquel mes de agosto de 1939 en una tapia del cementerio de La Almudena. El sonido de los fusiles franquistas puso punto y final a la vida de trece jóvenes, conocidas posteriormente como las trece rosas, que no llegaban ni tan siquiera a la treintena de edad.

Las muchachas, ocho de ellas todavía no alcanzaban la mayoría de edad –21 años por aquel entonces–, fueron detenidas entre los meses de abril y mayo por su vinculación a la organización política juvenil Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) o al PCE, permaneciendo hasta el día de su asesinato encerradas en la prisión de Ventas junto a otras 4.000 reclusas y torturadas sin descanso para que revelasen el nombre de otros compañeros“enemigos de España”, tal y como fueron definidos hasta la saciedad por el régimen dictatorial franquista. 

El 
asesinato del comandante de la Guardia Civil Isaac Gabaldón, encargado por aquel entonces del Archivo de Masonería y Comunismo, fue el detonante de una terrible venganza contra más de medio centenar de personas, entre ellas las trece rosas. Fueron acusadas de ser “miembros de la JSU y del Partido Comunista con enlace para ejecutar en nuestra patria órdenes emanadas del extranjero” con la “misión de hacer fracasar las instrucciones político-jurídicas de nuestro Estado Nacional”, según quedó recogido en la sentencia de la causa 30.426 dictada por el Consejo de Guerra Permanente número 9.“Adhesión a la rebelión”, concretamente, fue el delito por el que aquellos disparos segaron sus vidas un 5 de agosto de 1939 a primera hora de la mañana.

Carmen Barrero, una modista de 20 años que militaba en el PCE y que después de la guerra fue la responsable de la sección femenina del partido en Madrid; Luisa Rodríguez, sastra de 18 años que militaba desde 1937 en las JSU; Victoria Muñoz, que tenía 18 años en el momento de su asesinato y llevaba desde los 15 militando en JSU; Dionisia Manzanero, 20 años y afiliada al PCE desde 1938; Blanca Brisac (PCE), fue fusilada con 29 años junto a su marido Enrique García Mazas, quedando huérfano el pequeño Quique de 11 años; Julia Conesa, modista de 19 años afiliada a las JSU; Ana López, modista de 21 años militante de JSU; Adelina García, asesinada a los 19 años; Martina Barroso, modista de 24 años afiliada a las Juventudes Socialistas Unificadas y que había colaborado como costurera durante la guerra confeccionando ropa para los soldados; Pilar Bueno, modista de 27 años afiliada al PCE desde los primeros instantes de la Guerra Civil; Elena Gil, ingresó en las JSU en 1937 y tenía 20 años en el momento de su ejecución; Virtudes González, modista de 18 años afiliada a las Juventudes Unificadas al poco tiempo de empezar la guerra; y Joaquina López, una joven de 23 años que al finalizar la contienda fue nombrada secretaria femenina del Comité Provincial clandestino de la organización política juvenil.

Las trece rosas pasaron a engrosar la inmensa lista de personas represaliadas, asesinadas y enterradas en fosas comunes —cuyos cuerpos todavía no han sido localizados— durante la dictadura encabezada por Francisco Franco. Hasta el momento, y según denunció Rights International Spain (RIS) en agosto de 2014, todavía hay casi 115.000 personas desaparecidas en España. “Los derechos a la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas de crímenes de derecho internacional cometidos durante la Guerra Civil y el franquismo siguen siendo denegados”, denunció la organización de forma tajante.

Sin embargo, las trece rosas, quizá por sus corta edad en el momento del asesinato, se convirtieron, junto a otros personajes como el anarquista Puig Antich, en una de las imágenes de esta represión. Sobre sus vidas se han escrito libros y se han filmado documentales y películas. El deseo de la joven Julia Conesa se ha cumplido: “Que mi nombre no se borre de la historia”, pidió a su familia en una
 carta de despedida.

La trágica historia de las trece jóvenes es probablemente una de las más conmovedoras de toda la posguerra española. Franco había jurado “aplastar y hundir” a todos aquellos que se interpusiesen en su camino, tal y como apuntó en alguno de sus discursos, sin importar si eran hombres o mujeres, mayores o menores de edad. La ejecución de las muchachas, junto a otros 43 presos más aquel 5 de agosto, fue un ejemplo más de la intolerancia política contra cualquier ideología que se alejase del nacionalcatolicismo promulgado desde el régimen golpista.

Por eso, su fusilamiento no fue más que un acto de feroz represión contra unas juventudes comunistas y socialistas, afincadas en España en la clandestinidad tras el derrocamiento de la II República durante la Guerra Civil, delatadas por sus propios compañeros bajo insoportables y terribles interrogatorios. Fue, en definitiva, uno más de los procesos multitudinarios que servían a la dictadura franquista para deshacerse de todas aquellas personas que, por sus ideales, resultaban incomodas para el régimen. Un régimen que duraría casi cuarenta años y que seguiría ejecutando hasta sus últimos coletazos.


(Art, extraído de Infolibre).-