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UPOA 8 DE MARZO 2019

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4 de octubre de 2013

LO QUE MAS LE FASTIDIABA ERAN LOS OBREROS........

“… buscando hoy entre mis papeles, he encontrado un magnifico texto que tenía muy bien guardado. Me atrapo de inmediato su lectura y me fascino mucho más su autor Gabriel Morón Díaz, forma parte de su primer libro “FANTASIAS” y lo tituló “Del ambiente”. Fue escrito en Puente Genil a finales del mes de enero del año 1917, cuando solo contaba 19 años recién cumplidos, la misma edad en la que se hizo la fotografía que encabeza este artículo.

Por su carga social y contenido ideológico, podría tener plena vigencia en la sociedad actual a pesar de haber transcurrido casi un siglo desde que lo escribiera. Encontrarlo en el interior de una publicación local de la época, “El Aviso” hace ya algunos años fue todo un regalo inesperado. Compartirlo con todos vosotros es una necesidad. Su comparativa ética y moral con la sociedad actual en la que vivimos una vergüenza, que nos debe a todos hacer reflexionar hacia dónde estamos volviendo de nuevo y como queremos y deseamos vivir. Que cada uno saque sus propias conclusiones” 

Rafael Espino Navarro.



  Desde bien pequeños los dos robustos mozos, trabajaron con el mismo señor y en la misma finca. Estaban contentos y agradecidos, aunque percibían como sueldo lo que en otros lados, y trabajaban de sol a sol hasta que sus vigorosos cuerpos, por completo se negaban con el cansancio, a tirar de las pesadas herramientas.
  El señor “amo” (nombre que por costumbre se le daba al patrono), era demasiado bueno con ellos. Verdad que le tenían muy contento, según dijo muchas veces. Lo que más le fastidiaba eran los obreros, siempre en constante murmurar por cualquier cosa, y su pesadez en el trabajo. Ellos sin embargo no hablaban nunca y siempre se prestaban todo lo que podían en el trabajo.
  En las tardes perfumadas de primavera, temporada en la que el gran terrateniente abandonaba, la ruidosa tristeza de la ciudad para gozar de la apacible y sorda alegría de los campos esmaltados de verde, cuando ya el sol comenzaba a declinar en el oriente, prestando los últimos fulgores, para embellecer con tintes rojizos las cumbre de los cerros, y las copas verdosas de los árboles saludaban con agitaciones de la brisa suave, la desaparición lenta de la radiante lumbrera, los dos mártires del terruño recibían al “amo”, con marcadas muestras de alegría.
  A cambio de un cigarro cincuentón, ellos estaban prontos a dar cuántos detalles pudieran ser interesantes al señor propietario; la indiscreción servía de gran utilidad siempre a este. Así estaban uno y otro de contestos.  
  Un día en que se hizo la visita acostumbrada, “amo” y obreros se sentaron en un pequeño promontorio de tierra y después de un rato de charla amigable que sugestionaba a los sencillos campesinos sobremanera, dijo el señor “amo” en tono de afecto:  ¡ En prueba de lo mucho que os apareció y quiero, he de hacer por ustedes cuanto pueda, será vuestra honradez pagada porque lo contrario sería no reconocerla. Contento estoy con ustedes, sois dos muchachos que trabajáis con fe y ese es un mérito que nadie podrá disentir, y que unido a lo callados, que siempre os mostráis, os sacan fuera de lo general, en los tiempos que corren de rebeldías e intransigencias, en que los hombres se manifiestan en constante lucha que estimulan y alientan algunos espíritus exaltados. Son estos los motivos, que impulsan a la justa protección a quién os ha criado y os da la vida ¡.
  Después de una ligera pausa, el “amo” añadió sentenciosamente, como recitando un pensamiento filosófico de Sócrates o algo así … ¡ La virtud y el trabajo, es un deber digno de agradecimiento sincero y de admiración suprema, pero por su desgracia su complimiento hallase transformado en algo secundario … ¡ En resumen, como a los dos no sería posible dar ascenso, en un mismo caso, entrarían por orden de antigüedad.
  Juan, el sirviente más viejo, quedo pues nombrado manijero, con un real de aumento en el mezquino salario. ¡ Imposible describir el contento del rústico muchacho ¡ … quien a pesar de su cansancio parecía después un ser sobrenatural trabajando de sol a sol.
  El resto del día, con los brazos levantados sujetaba con fuerza el pesado azadón, que al roturar la dura tierra, hacía temblar e buen espacio. Tal era su vigor …como el de un atleta, al pensar  que sería el manijero de la finca y que podría llevar un real más a su hogar miserable. ¡ Un real que llenaría un gran vacío ¡
  El compañero, no quedó conforme con la disposición del “amo” y lo compungido de su carácter cantaba o lo lejos. Aquella tarde, trabajó de mala gana. Su amigo Juan, sería el manijero, le mandaría. Pensar esto le fastidiaba. Además con una peseta de jornal, no tenía bastante, él también quería ganar más, pues se consideraba con mayor capacidad y por tanto más derecho al ascenso a manijero.  
  El egoísmo, que en gran proporción, siempre reside en las conciencias más ignorantes, hizo que los dos antiguos amigos y compañeros se odiaran desde aquel momento con toda la fuerza con la que puedan odiarse dos corazones, dos almas exentas de sensibilidad.
  En adelante ya nunca más fueron los dos pobres que en amigable charla podían distraerse en el descanso para hacer más llevadera su carga de infortunio. Uno y otro se constituyeron en irreconciliables enemigos, poniendo como medio de combate la venganza, para saciar lo indigno y baladí, la fuerza del trabajo, la vida y grandeza de los hombres.
  Ya no dejaban la faena como antes, cuando al ponerse el sol, sus miembros cansados deseaban, el reposo que da la vida. Con la cabeza agachada y en cruel competencia, permanecían ambos incansables en el trabajo, hasta que la noche les envolvía en sus sombras al extender su negro manto y los golpes de los azadones se confundían con los fatigosos resoplidos escapados de sus pechos y los agoreros silbidos de las aves nocturnos. No eran hombres, sino grandes mecanismos.
  Muchas veces , ambos daban fundamento a discusiones acaloradas, que preconizaban la proximidad de un día en que surgiría aciago y grave conflicto. Ese día llegó. El egoísmo en su período de incontrastable acción, en su pleno apogeo, casi vertido en algo no descrito en lo natural, y la ignorancia con formas de barbarie repulsiva, en inteligible armonía buscaban el sacrificio de dos existencias  juveniles y ello lo conseguirían a pesar  de posibles resurgimientos a través de la lucha cruel de las conciencias. Y lo consiguieron.
  Solo varias palabras, sencillas y rebosantes de grandiosidad ante los hechos, fueron suficientes; el petardo estaba preparado y con poca mecha hizo la explosión. Fue un día …
  Grandes nubarrones se agitaban en lo etéreo, dando la sensación de negros crespones, símbolos de muerte, dispuestos para cubrir, el azul infinito de los cielos. Un fuerte aire rugía implacable y elevaba como minúsculos fantoches, después de arrancar las hojas de las copas de los árboles que lucieron y prestaron su sombra a muchos desgraciados.  Las juntas del trabajo, proseguían, sin que aún se pudiera precisar el triunfo de uno de los contrincantes.    
  Fue Juan el primero en levantar el encorvado cuerpo y limpiando el sudor que en abundancia bañaba su frente, dijo al antiguo camarada, en tono de imperturbable gravedad, que se disponía a interrumpir aquella marcha, que a su modo de ver no descansaba en sazonada fundamento. ¡ Creo que no hay motivos, añadió, para que tú te obstines en quedar triunfante haciendo ver tu exceso de capacidad. Te has indispuesto conmigo y no sé porque, he dado ocasión a ello. Creo que yo soy el mismo … no creía en ti tonterías semejantes. ¡
  Estas palabras llenas de lógica fueron contestadas, con un cúmulo de groserías y barbaridades que estallaban como rugidos comprimidos mucho tiempo en un pecho de hiena. Y ya no pasó más …
  Dos hombres luchaban desesperados y caían bañados en sangre, sobre la tierra fecunda, removida y regada con el salubre sudor de sus frentes. Gruesas gotas de agua descendieron sobre la tierra. El viento siguió soplando con fuerza agitando las copas de los árboles y los mochuelos no cesaron de lanzar al espacio, el triste eco de sus silbidos, mientras … la luna creciente que asomaba de tarde en tarde por el claro de una nube, parecía sonreírse de la necedad de los hombres…
  Ya no había nada; no se veía nada. Sobre el campo, en el tajo, descansaban dos cuerpos inertes que condenaban a la miseria a otras dos familias llenas de dolor …


                                                                                                                                                                                                           Gabriel Morón