Faltan dos meses para que se cumpla el tercer aniversario del 15M y
contamos ya con una perspectiva suficiente para, a la luz de la experiencia,
poder evaluar las consecuencias de este movimiento social y político. Lo que, a
juicio de los y las comunistas, nació como un claro intento del sistema por
situar a la pequeña burguesía en el centro del debate, posicionando sus
consignas y propuestas de organización como universales y superadoras de los
marcos ideológicos y programáticos de las expresiones organizativas de una
sociedad dividida en clases, cosecha un doble resultado que, por un lado, se
sustancia en un absoluto fracaso en su propósito fundacional, pero, por otro
nada desdeñable, alcanza un éxito importante con consecuencias nefastas para la
lucha revolucionaria.
Trataremos de explicarnos…
El 15M o Movimiento de la Plazas, ha sido incapaz en este periodo de
consolidar estructuras que trasciendan en sus convocatorias los marcos de los
sectores previamente organizados y/o movilizados sectorialmente (educación y
sanidad fundamentalmente) de la sociedad. Las convocatorias multitudinarias de
los primeros meses que, sin lugar a debate, supusieron la implicación de
amplias masas de la población dispuestas a mostrar su indignación con el status
quo imperante, no han generado una continuidad que, de forma significativa,
enganche y vincule de forma estable a la participación consciente y activa de
esas masas a un nuevo movimiento que pudieran considerar propio. Las grandes
concentraciones y manifestaciones iniciales, que contaron todas ellas con un
amplísimo eco de convocatoria y cobertura por los medios vinculados a la
socialdemocracia (PRISA, Público y RNE/RTVE hasta la victoria electoral del
PP), dejaron de darse y sus promotores tuvieron que aceptar lo limitado de su
poder de convocatoria durante todo este tiempo, en el que han intentado
multitud de veces reeditar los éxitos iniciales.
Haciendo salvedad de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca que, como
movimiento sectorial sí ha vinculado a personas directamente afectadas por los
desahucios y mantenido un importante nivel de movilización social que incluía a
activistas no organizados previamente, el 15M y los actores políticos que
surgieron a su calor son hoy una realidad superada y fracasada en su intento de
generar una nueva realidad organizativa y política con capacidad para organizar
y movilizar a las masas al margen de las estructuras ya existentes. ¿Quién sabe
de Democracia Real Ya, dónde está el movimiento de las Plazas o la llamada Juventud
sin Futuro? Nada conocemos de ellos y su intrascendencia es absoluta.
El 15 M hoy es refugio y tablero de trabajo político de militantes de las
más diversas estructuras políticas, sociales y sindicales, que, encubriendo sus
disciplinas organizativas, pretenden generar un espacio político multifuncional
en el que confluyan la totalidad de las luchas. Tanto para cuestiones
laborales, como antirrepresivas, vecinales o de solidaridad, los restos del 15M
tratan de protagonizar la respuesta popular y encorsetarla en sus marcos
ideológicos y organizativos. Una subversión absoluta de las estructuras y
liderazgos naturales que históricamente había generado el movimiento obrero y
popular y que, sobre la aceptación de las nuevas formas y contenidos propuestos
por el 15M (horizontalidad y ciudadanía, básicamente) trata de proyectarse, no
en función de generar algo nuevo, sino sobre la disposición de lo ya existente
a integrarse en lo “nuevo” renunciando a la práctica totalidad de su patrimonio
político e ideológico.
Pareciera un proceso normal y positivo; que lo “viejo” se integre en lo
“nuevo” y surjan nuevas experiencias. Nada que objetar a la evolución de las
cosas, pero el problema está cuando lo “nuevo” no lo es tanto y lo que contiene
son exclusivamente las propuestas ideológicas y organizativas de la pequeña
burguesía. Cuando las organizaciones históricas del movimiento obrero (partidos
y sindicatos), asumen y hacen propios los planteamientos de una clase diferente
a la trabajadora y pasan a ser subsidiarios de los proyectos de la burguesía,
sin duda, enfrentamos un grave problema.
Que unos jóvenes burgueses despechados con el capitalismo monopolista
reivindiquen su derecho a vivir igual o mejor que sus padres, tratando de echar
para atrás la Historia y buscando revertir el proceso de proletarización
acelerada que sufre su clase, es erróneo pero legítimo. Nada que objetar, salvo
indicarles que yerran en su análisis y que la única defensa consecuente que
pueden hacer de sus intereses para asegurarse un futuro de prosperidad es
abrazar la causa de la clase obrera y sumarse a la lucha por el Socialismo.
Claro ejercicio de confrontación política e ideológica en el marco global de la
lucha de clases en el que todos estamos inmersos y en el que la práctica y la
realidad debe convertirse en el criterio último que evalúe el acierto o error
de cada uno. Si avanzan las propuestas burguesas retrocede el campo
revolucionario; si son ellos quienes retroceden son las propuestas
revolucionarias las que avanzan.
Evaluemos a dónde nos llevan las Marchas de la Dignidad. ¿Avanzamos o
retrocedemos?
Fracasado el 15M, para muchos la respuesta no es pasar página. El sistema
sabe que el movimiento de las plazas le puede seguir propiciando avances
importantes y no dará pasos atrás sin intentarlo cuantas veces pueda y tantas
veces como encuentre aliados para desarrollar obstáculos para la lucha
organizada de los trabajadores y trabajadoras. El 22M coge el relevo.
Confusión del sujeto político y de objetivos de quienes renuncian a poner la
confrontación clasista en el centro de la batalla política –haciendo del ser
social y de la situación de cada uno en la producción el elemento determinante
de la lucha– y sitúan el debate en torno a la batalla por los “derechos humanos
y la justicia social”. Interclasismo programático en el que se nos llama a
intervenir como ciudadanos “para construir un proceso constituyente que
garantice realmente las libertades democráticas, el derecho a decidir y los
derechos fundamentales de las personas”, en el que nos constituimos en una
nueva estructura unitaria superadora de las existentes y en la que, para poder
coincidir y sumar al mayor número de siglas y voluntades, rebajamos la
propuesta política a límites asumibles por las organizaciones reformistas. “Que
se vaya el Gobierno del PP y, también, todos los gobiernos que recortan
derechos sociales básicos, todos los gobiernos que colaboran con las políticas
de la Troika” es el máximo programático de una movilización que, no es solo que
no hable de Socialismo y poder obrero y popular, sino que, muy conscientemente,
no menciona a la UE y no se posiciona respecto a la misma, el € y la OTAN.
Nuevamente se nos ofrece como alternativa un compendio de viejas fórmulas
reformistas destinadas a humanizar el capitalismo que, a golpe de verbo radical
de determinados líderes y personajes, vuelve a sumar a personas bien
intencionadas al bloque de quienes no sienten contradicción alguna entre sus
llamamientos a la lucha y su apoyo y/o participación en gobiernos como el
andaluz. Todo vale para sus espurios intereses electorales.
Otra vez una movilización para distraer en consignas idealistas e
imposibles en la actual fase de desarrollo del capitalismo a quienes en la
defensa consecuente de sus intereses y necesidades objetivos ya debieran estar
cavando la tumba del capitalismo. “Es hora de repartir el trabajo y la
riqueza”, nos proponen y se olvidan de hablar de la propiedad de los medios de
producción y cambio y formar a los trabajadores y trabajadoras en el hecho de
que si la burguesía hace lo que hace y aumenta sin límites la explotación de
los trabajadores y trabajadoras, es porque esa es su única manera de sobrevivir
a la crisis de sobreproducción y a la caída tendencial de la tasa de ganancia.
Apartan la exigencia de trabajo o prestación indefinida de desempleo y
reivindican “la renta básica” como derecho ciudadano, por el que claman al
Estado otorgándole una función de intermediación social para conciliar los
diferentes intereses de clases sociales irreconciliables por el carácter cada
vez más social de la producción y la concentración de la propiedad en cada vez
menos manos.
No hay más tiempo que perder, no es posible humanizar el capitalismo. El
campo de batalla es el de la lucha de clases; la confrontación es entre quienes
todo lo poseen y quienes todo lo producen. Toca empujar la Historia hacia
adelante y pasar por encima de las ruinas del Estado que defiende sus intereses
con nuestros derechos. Todo lo que ganamos lo hicimos luchando organizadamente,
como clase, en los centros de trabajo y en nuestros barrios y pueblos y así
debemos seguir haciéndolo. Hay que tejer la más amplia unidad de intereses
populares en torno a la defensa de nuestros derechos como trabajadores y
trabajadoras y convertir cada reivindicación y cada conflicto en un problema
político. Hay que evidenciar al Estado y a todas sus instituciones como
representantes de los intereses de la oligarquía monopolista. Ese es el camino,
no es fácil, pero hay que recorrerlo y no tiene atajos. Unidad obrera y popular
contra el capitalismo y por el socialismo es la guía y la luz que ha de marcar
el camino que nos llevé a la victoria y nos saque del estéril túnel de la
gestión del sistema que algunos no cesan de intentar.
¡LUCHAMOS PARA VENCER!