No me
creo las cifras del paro. Y mucho menos a quienes me las cuentan. Ya no
sólo por el descrédito que se han ganado a pulso a fuerza de repetir mentiras.
No me los creo porque no les veo los ojos. A mi amigo XXXX, sí. Hace dos años
que perdió el empleo y la luz de su mirada. Me lo encuentro cada día esperando
a sus hijos a la salida del colegio. Mitad por respeto, mitad por pudor, apenas
me atrevía a saludarle guardando una distancia estúpida que en verdad no
existe. Ayer vencí ambas excusas y me acerqué a darle el abrazo que nos
merecemos. La amistad, como el amor y la memoria, se gasta de no usarla. Lo
miré. Los ojos son el escaparate del alma. Y los suyos parecían el de un
negocio en liquidación. Qué estás haciendo, le pregunté. Y él me respondió: “buscarme
la vida”. Como si se le hubiera escapado de los ojos.
Sólo
buscan la vida quienes la han perdido. Por eso estos burócratas de la política
consideran a los desempleados como números sin vida. Mi amigo es uno más. Y conozco a
demasiados números, amigos y familiares, con los ojos deshabitados que tampoco
se creen las monsergas esperanzadoras del gobierno. Están cansados de escuchar
las cifras de la trinchera a la que pertenecen. El número desalmado de quienes
se siguen buscando la vida. Ellos quieren saber cuántos trabajan. Cuántos
han cruzado a la otra orilla. Cuántos han encontrado empleo. Cuántos se han
marchado. Cuántos ya no están. Cuántos han encontrado la vida en sus ojos.
La
demagogia es intemporal. Y estos tecnócratas del siglo XXI la emplearían con
idéntica frialdad para explicar el desempleo en la posguerra. A
decir verdad, no hay mucha diferencia entre los ministros de uno y otro tiempo. Seguramente coincidirían en afirmar
que la crisis ha tocado suelo y que se ha roto la tendencia destructiva. Pero
callarían el número de fusilados que no computan como población activa. El
número de presos. El número de mutilados. El número de exiliados. El número de
emigrantes. El número de amas de casa (con la misma denominación machista que
mantienen los académicos de la lengua). Y al final, sin contar las cunetas,
claro que salen las cuentas. Igual que ahora.
Hay
cinco millones de parados sobre una población activa en la que faltan más de un
millón de personas. Menos cotizantes, más parados y más pensionistas: una
ecuación económicamente insostenible. En palabras insensibles de la Ministra
Bañez, esos que ya no están ejercieron su derecho a la “movilidad exterior”.
Unos porque han regresado a su país de origen llevándose de la mano a sus
compañeros de tajo con DNI español. Otros son jóvenes graduados que se fueron
sólo para demostrar que todas las carreras en España tienen tres salidas: por
tierra, mar y aire. Pero hay muchos que viven un exilio interior. Que se
resisten a perder su vivienda o su familia. Y se buscan la vida en ese maldito
eufemismo que llaman “economía sumergida”. Como duele esa palabra. La mayoría
malviven en economía de subsistencia. Claro que los hay que se aprovechan del
sistema. Pero los que se mueven como pez en el agua tienen el tamaño de
ballenas. Me refiero a las grandes fortunas en paraísos fiscales o que han
blanqueado impunemente su dinero. Verdaderas economías abisales. Algunas
incluso por la gracia de dios.
Esta
semana rescataron en Córdoba un chico de Tánger que viajó como una garrapata
aferrado a los bajos de un autobús. Yo los he visto tumbados boca arriba,
agarrarse al parachoques y estrellarse contra el asfalto. También los he visto
esperar a unos metros de las alambradas de la frontera. También ellos se buscan
la vida y no computan en los números de hielo. Escribo desde la atalaya de
quien a fecha de hoy tiene empleo. Amenazado, como el de cualquiera. Y lo
valora. Por eso me niego a que se me oscurezca la mirada. Y haré lo indecible
para amanezca en la de mis amigos y familiares sin trabajo. Exijamos como
primer paso que las cuentas del paro se contrasten con las de la población
activa. Y como segundo, que dejen en paz a quienes se están buscando la vida
para que la encuentren. Por ejemplo, ajustando al volumen de negocio inicial
los impuestos para la creación y funcionamiento de pequeñas empresas o
autónomos. Esa es
la prioridad para Andalucía. Un proyecto serio de presente que tenga como
pilares la tierra y la memoria. Industrias y campus de excelencia que se
vertebren en torno a la agricultura y ganadería ecológicas, a nuestro
patrimonio natural y cultural, a la energía que nos da el sol y el aire. Mi amigo tiene la suerte de tener unos
hijos que le devuelven la luz a los ojos al salir del colegio. Y la
responsabilidad de que no les falte comida en la mesa. Al despedirse me dijo:
”igual me voy fuera para que puedan comer, aunque yo nos lo vea”. Y
su mirada se oscureció como un atardecer de otoño.