“… se
ha olvidado toda la historia del proletariado andaluz , … el proletariado
andaluz y el catalán han sido los dos ejes de la evolución obrera española, el
levantamiento de los campesinos y los sucesos de Aguilar y Montilla de 1873”.
La
llegada de la I República, puso de manifiesto las vacilaciones iniciales, de un
monarca, Amadeo de Saboya, cuando la situación, cada vez más difícil de
controlar, forzó su abdicación. Tras la revolución de 1868, España comenzó a
vivir un periodo histórico, marcado por la creación de las Juntas
Revolucionarias y conocido como el “sexenio revolucionario”. Seis años marcados
por las agitaciones políticas, fomento del paro y el hambre. El día once
de febrero de 1873, tras la renuncia a la corona del efímero rey Amadeo I, fue
proclamada la Primera República Española, que resultaría aún más efímera que la
estancia en España del rey saboyano.
Ese
día, el once de febrero es una fecha que suele pasar desapercibida, y sobre la
cual se ha extendido un manto pesado y oscuro de olvido.
El Diario de Sesiones de Cortes correspondiente a esa fecha recoge la
comunicación de renuncia del rey Amadeo I, devolviendo la Corona a la Nación.
NÚMERO
108
DIARIO
DE SESIONES DE CORTES
CONGRESO
DE LOS DIPUTADOS.
SESION
DEL LUNES 10, MARTES 11 Y MIÉRCOLES 12 DE FEBRER0 DE 1873.
Al Congreso:
Grande fue la honra que merecí a la Nación española eligiéndome para ocupar su
trono, honra tanto más por mi apreciada, cuanto quo se me ofrecía rodeada de
las dificultades y peligros quo lleva, consigo la empresa de gobernar un país tan
hondamente perturbado.
Alentado
, sin embargo , por la resolución propia de mi raza, que antes busca que
esquiva el peligro; decidido a inspirarme únicamente en el bien del país y a
colocarme por cima de todos los partidos; resuelto a cumplir religiosamente el
juramento por mi prestado ante las Cortes Constituyentes, y pronto a hacer todo
linaje de sacrificios por dar a este valeroso pueblo la paz que necesita, la
libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y
constancia de sus hijos le dan derecho, Creí que la corta experiencia de mi
vida en el arte de mandar seria suplida por la lealtad de mi carácter, y que
hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades
que no se ocultaban a mi vista, en las simpatías de todos los españoles amantes
de su Patria, deseosos ya de poner término filas sangrientas y estériles luchas
que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas.
Conozco
que me engañó mi buen deseo. Dos años largos hace que ciño la Corona de España,
y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y
de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de
su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos,
sería el primero en combatirlos ; pero todos
los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los
males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria,
todos pelean y se agitan por su bien ; y entre el fragor del combate, entre el
confuso atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan
opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la
verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.
Lo he
buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha
de buscarlo quien ha prometido observarla.
Nadie
achacara a flaqueza de ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera a
desceñirme la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los
españoles: ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta
esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que
en su día se indulte a los autores de aquel atentado.
Pero
tengo hoy la firmísima convicción de que serían estériles mis esfuerzos e
irrealizables mis propósitos.
Estas
son, Sres. Diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación, y en su
nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional,
haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores.
Estad
seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor de esta España, tan noble como desgraciada,
y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarla todo
el bien que mi leal corazón para ella apetecía.
Amadeo.
Palacio
de Madrid 11 de Febrero de 1873.
I República Española, que a pesar de los proyectos y promesas que suscitó, no
consiguió cambiar las reglas del juego del poder existente que permaneció en
manos de las clases más pudientes y acomodadas. La Republica, que por
defecto sucedió el breve reinado de Amadeo de Saboya, fue incapaz de controlar
las rencillas acumuladas a lo largo de medio siglo de antagonismo, provocando
el caos. Los carlistas, en el norte, pretendieron implantar un régimen
absolutista y clerical. En toda Andalucía, el movimiento federalista dio paso a
una larga lista de insurrecciones cantonalistas, cuando varias ciudades
proclamaron su independencia del gobierno de Madrid. En todo el país el
proletario comenzó rápidamente a organizarse. Pero
toda esta serie de acontecimientos se verían truncados rápidamente por
que el ejército acabó interviniendo.
Tras
la abdicación de Amadeo de Saboya, el 11 de febrero de 1873, se permitió la
reincorporación de las corporaciones municipales elegidas por sufragio
universal en las elecciones de 1871, restituyendo en las mismas, a los
concejales y alcaldes elegidos. Esto permitió en el año 1873, devolver la
alcaldía al progresista Manuel Maldonado González, el cual se mantendría al
frente de la alcaldía, hasta el golpe de estado del General Pavía, el 3 de
enero de 1874, fecha en la que se da por terminada la primera experiencia
republicana española.
El
mismo día de la proclamación de la I República española, diversos episodios
sangrientos, fruto del espíritu revolucionario se dieron en distintas
localidades españolas. Entre las que más eco provocó a nivel nacional se
encontró la vecina localidad de Montilla, donde al parecer en los primeros días
se originaron diversos desordenes que produjeron la quema de algunas casas y
derramamientos de sangre al producirse fuertes enfrentamientos entre las gentes
del pueblo y la guardia civil, resultando como consecuencia de ello varias
personas muertas por disparos y otros tantos heridos por arma de fuego.
Aguilar de la Frontera, también se impregno en esos primeros días del espíritu
libertador e insurreccional de Montilla y fruto de ello llegaron también a
producirse algunos altercados y enfrentamientos con la guardia civil, que había
sido reforzada por los miembros de varias compañías de la capital, para
contener las perturbaciones y desordenes civiles producto del cambio de
gobierno.
Fruto de esos desordenes en Aguilar, en plena madrugada del día 13 al 14 de
febrero del año 1873 dos o tres personas prendieron fuego a la casa de D.
Rafael Luque. La casa no estaba habitada para en ella se guardaba el grano y
los aperos para la labranza que fueron destruidos por el fuego, a pesar de la
extenuante labor de las autoridades y muchos vecinos durante toda la noche para
intentar apagar el fuego.
El propio ministro de gracia y justicia, el señor Salmerón, ante la gravedad de
las revueltas en Montilla, Castro del Río y Aguilar de la Frontera tomo parte
en el asunto ordenando inmediatamente una rápida investigación … “sin
levantar la mano y con mucha energía” -decía-,
encargando a los jueces que reclamasen de las autoridades locales, la guardia
civil y voluntarios republicanos el auxilio necesario para restablecer e
imponer en estos pueblos el imperio de la ley e imponer a los culpables el
castigo que el código señale.
Autor: Rafael Espino Navarro