Es indignante que en este país, cada
semana muera alguna mujer (algunas semanas, hasta cuatro), asesinada por su
marido, por su novio, por su compañero sentimental o por su ex.
Voy a empezar por lo más obvio: es indignante que en este país, cada semana
muera alguna mujer (algunas semanas, hasta cuatro), asesinada por su marido,
por su novio, por su compañero sentimental o por su ex. Me parece una auténtica
aberración que pase esto y que nadie haga nada por remediarlo. Porque no nos
vamos a engañar, nadie hace nada, o se hace muy, muy poco, por evitar que estos
asesinatos se lleven a cabo.
Este país es un país de charlatanes, de políticos que hablan mucho y
resuelven muy pocos problemas. En este país estamos tan acostumbrados a que los
políticos salgan en los telediarios pronunciando sus frases de manual
políticamente correcto, que ya no nos produce ni frío ni calor. Y en el tema de
la violencia machista es especialmente sangrante. De nada le sirve a una mujer
amenazada de muerte que el Secretario de Estado del ramo, tan joven, tan listo,
tan guapo, salga en la televisión soltando un montón de palabras hueras sobre
la dignidad y otras cosas por el estilo. Eso, amigo mío, no evita que una
bestia asesine a su pobre ex mujer. Para que esa mujer no muera acuchillada a
las puertas de su casa, ante la mirada atónita y desconcertada de su hijo o de
su hija, o de ambos, cuando los lleva al colegio, o cuando viene del mercado de
hacer la compra, hace falta que se articulen leyes, que se pongan en marcha
programas educativos de igualdad reales, que se lleven a cabo políticas de
prevención que detengan de una vez por todas la barbarie. Y eso, elemental mi
querido Watson, cuesta pasta, mucha pasta.
Estos días en los que se habla tanto de los pactos de estado, ¿por qué no
se juntan los malditos políticos, se sientan en torno a una mesa, se ponen
cómodos, se sirven unos cafés con croissants y firman un pacto contra el
maltrato machista? Pero uno que no sea papel mojado a las dos o tres semanas,
sino uno que de verdad sirva para acabar con los asesinatos. Porque no me creo
que esto no tenga solución. Simplemente no me lo puedo creer.
Mucha gente puede opinar que exagero, que desde hace tiempo sí se están
dando pasos para solucionar el problema. Y no seré yo quien lo niegue. Es
cierto que hay teléfonos a los que llamar. Y también es cierto que las mujeres
que se sientan amenazadas pueden ir a una comisaría y presentar una denuncia
contra el cabrón que les amarga la vida. Es cierto que se han articulado
algunas políticas contra el fascismo soterrado de los maltratadores. Todo esto
no se puede negar. Pero no es menos cierto que muchas de estas iniciativas, al
final, no sirven para nada.
Conozco el caso de una mujer amenazada de muerte por su ex marido, un
descerebrado alcoholizado y que, para colmo de males, tiene permiso de armas.
¿Cómo se le puede autorizar a un mal bicho de esta especie a que porte armas?
Esta mujer, que es valiente y no se amedranta con facilidad, decidió no
quedarse cruzada de brazos y denunció al hijoputa del ex marido. Tras un juicio
un tanto surrealista, el tipo resultó absuelto. Aunque todos los que los
conocemos a los dos sabemos que es absolutamente cierto que él la tiene atemorizada
y todos presentimos cómo va a acabar la historia. Ahora él vuelve a llevar su
arma. Y ella, ahora sí, vive con miedo, esperando que en cualquier momento, su
ex marido, ese cabrón con el que durante un tiempo compartió la cama, la mesa y
las ilusiones, se acerque hasta ella y le pegue dos tiros.
Hace bien poco, el diputado de UPyD, Toni Cantó, hacía unos comentarios
donde cuestionaba que los datos oficiales sobre la violencia de género fuesen
ciertos. ¿Alguien se imagina a cualquier otro diputado, o a este mismo,
cuestionando los datos de, por ejemplo, la lucha antiterrorista o la lucha
contra el narcotráfico? Entonces, ¿por qué alguien se atreve a cuestionar,
precisamente, esos datos? Lo has acertado: porque estamos hablando de mujeres.
Y para acabar, os propongo jugar a la política ficción: ¿Os imagináis la
cantidad de leyes y movidas que se hubiesen hecho a estas alturas si en España
cada semana, desde tiempo inmemorial, se asesinase a un político y en la última
semana a nada más y nada menos que a cuatro? Pues eso. El problema ya estaría
resuelto. ¿A que sí?
Rafael Calero Palma